El Correo, 17 de Marzo- Las desgracias nunca llegan solas… y en África viajan en grupo. A la innata pobreza y a siglos de sangrientas luchas interétnicas que cada cierto tiempo devienen en genocidios, con la llegada del siglo XXI se unen el terrorismo y el narcotráfico, los últimos males que anidan en el continente más bello y desgraciado del planeta. Cada encuentro que se convoca para analizar estos problemas arroja una única conclusión: la solución es resignarse a admitir que jamás habrá solución.
Pero eso no se puede admitir de principio. Tampoco lo han hecho en la jornada inaugural los representantes de siete países de la región del Sahel, ese cinturón a veces verde a veces desértico que atraviesa el continente por debajo del Sáhara. Ministros y funcionarios de Argelia, Burkina Faso, Chad, Libia, Mauritania y Níger analizan desde ayer en Argel las nuevas amenazas que afloran de la mano del «terrorismo y el crimen organizado», según Murad Medeci, titular de la cartera de Relaciones Exteriores del Gobierno Buteflika.
Grupos islamistas radicales, más o menos cercanos a la franquicia local de Al-Qaida (Al-Qaida en el Magreb Islámico), han convertido el Sahel en un campo de actividades terroristas, tráfico de drogas y contrabando de todo tipo. Su abanico de actuación abarca desde atentados contra las fuerzas de seguridad de los estados de la región a secuestros de extranjeros en esos países u otros fronterizos. Es el caso de los tres cooperantes españoles capturados en Mauritania y trasladados a Mali. Alicia Gámez fue liberada hace una semana, pero Albert Vilalta y Roque Pascual siguen en poder de los insurrectos junto a una pareja de ciudadanos italianos.
«La amenaza experimenta evoluciones peligrosas y adopta una nueva dimensión con conexiones múltiples con el crimen organizado y los tráficos de armas y drogas. La situación exige un mayor compromiso de los gobiernos para establecer una cooperación fronteriza eficaz y multiforme», añadió Medeci. Fue más allá al apuntar hacia algunos de los vecinos a la hora de reclamar «la puesta en marcha, de manera resolutiva y con acciones concretas, de mecanismos de cooperación bilateral, regional e internacional». Hacía referencia a Mali, al que se atribuye una nivel de connivencia que fomenta las actividades de Al-Qaida en su territorio.
En la cumbre incluso se ha tocado un tema tabú para los dirigentes africanos al admitir que es hora de preocuparse por «el desarrollo económico y la mejora de las condiciones de vida en las zonas más aisladas», labores que hasta ahora se dejaban en manos de organismos de cooperación europeos.
Corrupción
En Argel nadie hablará de la implicación de sectores oficiales, desde fuerzas de seguridad a funcionarios gubernamentales, en los delitos que la conferencia dice querer combatir. Naciones Unidas alertó hace unos días de que el Sahel se convierte en un centro criminal de la mano del tráfico de drogas, tolerado en muchos países. Las nuevas rutas que nacen en Sudamérica confluyen en Chad, Níger o Mali para acabar aterrizando en Europa.
La cocaína se ha convertido en la moneda oficial del crimen organizado y de los terroristas. «Se extraen recursos de la droga para financiar sus operaciones, comprar equipos y pagar a soldados de infantería. Hasta se cobran cuotas de paso a los cárteles», denunciaba Antonio María Costa, director de la Oficina contra la Droga y el Delito de la ONU.
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