Ojalá llueva en Somalia

La catástrofe humanitaria en el Cuerno de África recuerda el derrumbe final de una hilera de frágiles fichas de dominó. El hambre endémico proporciona el mejor escenario posible para la crisis y la advertencia, ya en 2009, de que las escasas lluvias estacionales anunciaban graves problemas de supervivencia cayó en saco roto más allá del ámbito de las entidades solidarias. Las piezas empezaban a desplomarse ante la indiferencia mediática. Las exiguas precipitaciones de las dos últimas estaciones daban lugar a raquíticas cosechas que, a su vez, convulsionaban las cotizaciones de los alimentos. El Banco Mundial aseguraba que los precios del sorgo rojo y el maíz blanco, productos básicos en la región, habían aumentado entre el 30% y el 240%, brutales oscilaciones que impedían el acceso a la práctica totalidad de sus consumidores.
El estrépito final se produjo el pasado mes de julio, cuando llegaron las noticias de flujos incontenibles de individuos que cruzaban la frontera somalí buscando ayuda urgente en Kenia y Etiopía. Entonces, el mundo supo que el torturado país sufría la tragedia del hambre sin paliativos, aunque el drama afectaba ya a buena parte del Cuerno de África. Hoy se calcula que más de 12 millones de personas sufren la sequía y la consiguiente escasez. Aunque ningún agente se atreve a dar cifras, las enfermedades asociadas con la penuria han causado decenas de miles de víctimas. La mayoría, niños menores de cinco años.
Y el mundo acudió al rescate. La llegada de aviones con suministros de emergencia al aeropuerto de Mogadiscio se ha convertido en una de las imágenes de este verano. Además, en una versión otomana de ‘Bienvenido Mr. Marshall’, el primer ministro turco se desplazó hasta la misma ciudad para anunciar inversiones ingentes e impulsar tanto la colaboración internacional como su protagonismo en el espacio musulmán. El próximo jueves se inicia una cumbre en Nairobi para analizar la situación y la Unión Africana ha solicitado 350 millones de dólares para prestar atención inmediata.
Las fichas parecen recuperar su posición y las conciencias occidentales se calman. Hace treinta días, el campo de refugiados de Dadaab recibía 19.000 nuevas entradas diarias y hoy, según cálculos de Médicos sin Fronteras, acoge 1.400 semanales. Cabría pensar que se dispone de medios suficientes para responder a la demanda y restablecer la mísera normalidad. Pero no es cierto. El cielo no anuncia negros nubarrones ni, en consecuencia, buenas nuevas. A lo largo de este otoño no lloverá lo suficiente para conseguir buenos rendimientos cerealísticos o para recuperar la cabaña ganadera, que ha llegado a perder el 90% de sus cabezas.

La situación empeora
El último informe de la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA), fechado el pasado 25 de agosto, señala que la situación seguirá deteriorándose con proyecciones que alcanzan al primer cuatrimestre de 2012. Las escasas precipitaciones venideras y el número de aquellos que requieren protección, habitantes de seis países, impiden soluciones a corto plazo, también torpedeadas por la irresponsabilidad humana. Los precios agrícolas se mantienen elevados y, hasta la fecha, únicamente se han facilitado el 58% de los fondos de emergencia, cifrados en 2.400 millones de dólares.
El clima de seguridad tampoco ha mejorado. La deplorable visión de los sacos de grano de la ayuda internacional expuestos en el mercado dio lugar a declaraciones gubernamentales que prometían mayor vigilancia. Pero, según Intermón Oxfam, ONG que trabaja con contrapartes nativas, la situación se ha degradado aún más impidiendo una distribución correcta. Sus previsiones auguran la extensión de la hambruna a otras dos zonas más de Somalia e, incluso, aventuran que todo el sur se verá pronto incluido en una medida que se establece oficialmente cuando el acceso a los alimentos se halla por debajo de las 2.100 kilocalorías al día, la tasa de desnutrición aguda supera al 30% de los niños y se contabilizan dos muertes diarias asociadas a este fenómeno por cada 10.000 niños.
Hoy, somalí es sinónimo de famélico, un deplorable privilegio arrebatado al etíope tras las tremebundas crisis de los años ochenta. Este país reúne a un mayor número de afectados, si bien la gravedad en términos cualitativos no resulta comparable a la de su vecino. Al parecer, el desarrollo económico y la cruel experiencia se han traducido en sistemas de respuesta más efectiva, aunque las entidades humanitarias advierten que las cifras están voluntariamente subestimadas y que el gobierno traba el socorro internacional en la región más castigada, el desértico sudeste, proclive a las veleidades secesionistas.
Carmen Molina, directora de Cooperación de Unicef España, revela que faltan suministros y recursos materiales y humanos sobre el terreno. Según sus informaciones, avaladas por otros organismos, la lucha sanitaria se centra actualmente en la contención del cólera y las enfermedades diarreicas, favorecidas por el debilitamiento extremo del sistema inmunológico. Las entidades que trabajan en Somalia se han reunido en ‘clústers’ sectoriales para responder a los diferentes requerimientos porque cuando el hambre aprieta se suele olvidar que hay otras necesidades que también se deben atender para generar un futuro, como es el caso de la enseñanza. Antes de la crisis y los desplazamientos masivos, un tercio de los niños acudía a la escuela. La agencia de Naciones Unidas estima que tan solo queda el 26% de los maestros y que el mantenimiento de su precario sistema educativo también exige recursos.
En las postrimeras de la pasada y feliz Navidad, el Sistema de Advertencia Temprana de Hambruna de la ONU predijo que miles de seres humanos iban a morir de hambre. A finales de este verano, la misma organización asegura que en los próximos meses, sin la solidaridad internacional, no solo se producirán muertes, sino también «el total colapso de modos de vida y sistemas sociales». ¿De qué depende que no se produzca el apocalipsis? La respuesta de Lara Contreras, responsable de Emergencias de Intermón Oxfam, tiene un efecto boomerang. «De que los medios de comunicación se preocupen, cubran bien el drama, el mundo se entere de lo que realmente ocurre y la gente y los políticos den dinero». 

 

www.elcorreo.com/vizcaya/v/20110905/sociedad/ojala-llueva-somalia-20110905.html

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