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¡Didier boma ye!

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 La final de la Champions no premió a quien más buscó la victoria, es cierto, pero fue un acto de justicia con un futbolista colosal y un personaje de dos orillas, comprometido entre dos mundos, África y Europa, la miseria y el lujo. Nacido en Costa de Marfil y criado en Francia desde los cinco años, ha hecho esfuerzos por no desclasarse, a pesar de las riquezas con las que lo ha agasajado Roman Abramovich. El último de ellos, la participación en la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, el pasado año, para depurar las responsabilidades de una cruenta guerra civil en su país.

Antes hubo más, muchos más. Como capitán de la excepcional selección marfileña, utilizó la rueda de prensa posterior al partido que clasificaba a su país por primera vez para un Mundial para pedir paz, una tregua, a quienes luchaban y devastaban las aldeas. Hizo que toda la selección formara para dar el mensaje. Días después, se decretó un alto el fuego. Sucedió en 2005 y Costa de Marfil tomó parte, un año más tarde, en la cita de Alemania. Un tiempo después, Uli Stielike fue designado seleccionador. Al alemán, el compromiso de Drogba le impresionó, según contaba, apasionado, sobre una mesa en un encuentro en Madrid. La gran estrella nunca protestaba aunque hubiera de entrenarse en los campos más infames.

 

En uno de esos terrenos en los que Drogba jugaba de niño, antes de emigrar a Francia junto a su madre y dos hermanos, fue descubierta después de la guerra una fosa con más de 50 cuerpos. El campo de fútbol lo fue de muerte en el township de Yopougon. Drogba dejó a su padre en Costa de Marfil y, aunque se salvó de las represalias en la zona, varios de sus familiares, tíos y primos fueron asesinados durante la guerra.

 

Drogba no ha perdido oportunidad de alertar sobre la solidaridad con su país y el resto de los africanos. Embajador de Unicef, cuando el Barcelona firmó su acuerdo con la organización internacional de la infancia, dijo que debía ser un ejemplo para el resto de clubes. Cuando marcó ante el Bayern, por dos veces, como cuando lo hizo frente a los azulgranas en Stamford Bridge, el grito del gol fue también el grito de África, un ‘¡Didier boma ye!’, como le pedían a Muhammad Ali en Kinshasa. Entonces era un grito contra el destino que representaba Foreman, un Tío Tom sobre el cuadrilátero. Ahora es un grito por la esperanza que ejemplifica este superviviente, hoy rey del fútbol.

 

Vía | El Mundo

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