Mubarak sigue en el poder y frustra las esperanzas

El presidente cede poderes a su ‘número dos’ y promete reformas constitucionales para calmar las protestas

 

Egipto contenía anoche la respiración con todo el aire de la plaza Tahrir en los pulmones preparándose para gritar victoria en cualquier momento. La victoria sobre Hosni Mubarak. Las expectativas sobre una inminente claudicación del ‘rais’ y la entrega de su poder al vicepresidente, Omar Suleimán, se disparaban desde media tarde con una súbita cascada de mensajes que anunciaban el triunfo de la revolución. «Los manifestantes han ganado», era la frase definitiva del secretario del gobernante Partido Nacional Democrático (PND), Hasan Badrawi, que difundía la cadena BBC. La televisión británica también trasladaba las palabras del primer ministro, Ahmed Shafik, diciendo que Mubarak «podría» dimitir anoche mismo. La CIA, a través de su jefe, Leon Panetta, constataba casi simultáneamente una salida inmediata y manifestaba la esperanza de que se facilitara «una transición ordenada dentro del país».

Hubo motivo, sin embargo, para aplacar los arrestos de euforia con los enigmáticos pronunciamientos del Ejército en el fondo y en la forma. En un gesto «completamente irregular» -según fuentes gubernamentales-, el Consejo de las Fuerzas Armadas de Egipto se reunía sin el presidente. Y emitía una notificación con el encabezamiento «Comunicado número 1», que sugería los modos de un golpe de Estado militar. En el texto reiteraban su apoyo «a las legítimas demandas del pueblo» y se declaraban concentrados «en sesión permanente para estudiar las medidas que es posible adoptar para preservar la patria, los logros y las ambiciones del gran pueblo egipcio». La CNN informaba de que Mubarak iba a transferir directamente el poder a los generales. Otra opción sostenía que no, que delegaría la autoridad en Suleimán y que el Consejo Superior, el mando supremo militar en el país, sería el encargado de supervisar la transición. El canal Al-Arabiya llegó a difundir que el ‘rais’ se había marchado a su retiro de descanso de Sharm el-Sheij acompañado del jefe del Gabinete militar.
En la plaza de las protestas, en el corazón de El Cairo hirviente de corros, de banderas batiéndose entre vientos de libertad, se rugía: «Civil, no militar. No queremos militar», en un intento por empujar el futuro inmediato del país hacia un traspaso negociado con las fuerzas democráticas y no a la posible ruptura de la legitimidad institucional que supondría el imperio del Ejército. El establecimiento de una Ley Marcial, que algunas voces daban por segura, conllevaría eludir los procedimientos constitucionales para nombrar una nueva carta magna y la convocatoria de elecciones.
 
Confusión extrema
«En el mejor de los casos, -estimaba el experto Anthony Skinner, de la consultora política Maplecroft-, Suleimán se hace cargo y habrá una transición acelerada a la democracia. En el peor de los casos, esto se convertirá efectivamente en un golpe militar y, probablemente, no estarán interesados en esa transición democrática». Para otros analistas, esa vía militar acabará creando divisiones en el pueblo y en la oposición para mayor ganancia del futuro estatus.
La confusión era extrema pero todavía no apagaba el júbilo por la esperada marcha de Mubarak. El ambiente en El Cairo vibraba en oleadas eléctricas. En medio de la multitud, un comandante, Hassan el-Roweni, se dirigió al gentío declarando «todo aquello que queréis será realizado» y pidiendo que se entonara el himno nacional. La respuesta no le dejó terminar: «El pueblo quiere el fin del régimen, el régimen ha caído».
«Parece un golpe de Estado militar», insistía en nombre de la mayor fuerza opositora del país, los Hermanos Musulmanes, Essam el-Eiran. «Estamos preocupados y ansiosos», declaraba cuando la tensión irresistible de la tarde daba otra vuelta de tuerca al aparecer unas declaraciones contradictorias del ministro de Información asegurando, de pronto, que nada estaba decidido. Que no había garantía ninguna de la salida de Mubarak, que era mostrado en la televisión estatal sentado tras su mesa de despacho, en silencio, acompañado de Suleimán.
 
Ni del cargo, ni del país
El titular de Información hizo honor a su cartera, porque Mubarak no está dispuesto a marcharse, ni del poder ni del país. Anoche negó que vaya a dimitir de la presidencia, y aseguró que permanecerá en el cargo hasta la elección de su sucesor en unos comicios «justos y libres». Como medida intermedia, anunció que delega poderes en su ‘número dos’, Imar Suleimán.
El presidente egipcio se comprometió a supervisar «día a día» el traspaso de poder, y prometió que en estos próximos meses modificará cinco artículos de la Constitución. No obstante, aplaza la derogación del 179, el que regula la Ley de Emergencia. Mubarak prometió además perseguir a los responsables de los incidentes violentos, mostró su pesar por «las víctimas inocentes» de las últimas manifestaciones, a las que llegó a calificar de «mártires» y destacó que mantiene su «dignidad intacta» por no haber sucumbido nunca a la presión internacional.
Tras dieciséis días seguidos de protestas sin descanso, ayer jueves Egipto era o el del adiós de Mubarak o una explosión. Todo hacía prever la segunda alternativa, la de una complicación extrema del escenario social, envenenado ya por la impaciencia y la sensación de engaño. Las graciosas concesiones del régimen desde que arrancaron las revueltas -cambio de Gobierno, comisiones para reformar la Constitución, ofertas de diálogo con algunos, subida de las pensiones-, han sido despreciadas en la calle como parches inútiles. A este malestar se suma desde el martes una corriente de huelgas por todo el país protagonizadas por trabajadores públicos y privados en exigencia de dignidad y de mejores salarios.
 
Tormenta cívica
Pararon los empleados del Canal de Suez, una ciudad donde ayer se masticaba la ira y la rabia contra el régimen. Pararon también los funcionarios de los transportes estatales y la red ferroviaria, el cuerpo de administración de numerosas facultades universitarias de El Cairo y los artistas. Se barruntaba una tormenta cívica en la manifestación programada para hoy viernes, una protesta que se preparaba entre el despliegue amenazante de columnas de tanques y vehículos de infantería mecanizada que todavía permanecían aparcados en los barrios próximos al centro de El Cairo como Ciudad Nasr.
En la retina, el discurso oficial de Omar Suleimán advirtiendo el día anterior que o se generaba la negociación propuesta por las autoridades o el riesgo era «un golpe de Estado». El ministro de Exteriores, Ahmed Abul Gheit, daba una pista más advirtiendo de que habría intervención del Ejército «en caso de caos».
Y el propio Suleimán, ya titular de nuevos poderes por delegación de Mubarak, reclamando anoche a los hombres y mujeres que aún permanecen en las calles que vuelvan a sus casas y trabajos, y no escuchen las cadenas de televisión extranjeras porque «no tienen otro objetivo que dividir Egipto». «Tenemos la puerta abierta al diálogo» y a «acuerdos», subrayó, al tiempo que reiteraba su compromiso con una transición «pacífica de acuerdo a la Constitución» en la que los manifestantes no pueden ya creer.
 

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