Algunos sitios son tan modestos y «quedan tan lejos de la mano de Dios», que la mayor parte del mundo ni siquiera sabe que existen. Es el caso de Huancavelica, un departamento -provincia- de Perú que se ubica en el centro del país, pero no de las miradas. Quienes conocen su existencia viven de espaldas a su realidad. Las barreras orográficas -y también las culturales- son excusas más o menos socorridas: el lugar está engarzado en la Cordillera de los Andes, a más de 2.100 metros de altura, y buena parte de sus habitantes son quechuas.
Sin embargo, nada de eso ha impedido que un numeroso grupo de personas que residen de este lado del Atlántico hayan tomado la decisión de asociarse para promover el desarrollo de aquel lugar y de sus gentes. Aquí mismo, en el País Vasco, existe una ONG llamada Amigos de Huancavelica que trabaja con ese objetivo desde quince años.
Desiree Prado es peruana, vive en Leioa desde hace 6 años y forma parte de esta asociación, que cuenta con unos mil voluntarios. Se sumó a la iniciativa porque le pareció «interesante y solidaria», y porque ha encontrado «un modo práctico y directo» de ayudar a su país. «Yo soy de Lima -relata-. He tenido la oportunidad de estudiar, de formarme y trabajar en lo que me gustaba, pero eso no refleja la situación general. Son muchas las personas con carencias y con pocas perspectivas de futuro», señala.
También son muchas las personas -niños y jóvenes, sobre todo- que emigran de Huancavelica a la ciudad con la idea de progresar y hallar trabajo, pero lo que encuentran es la vida de la calle, «donde están expuestos a todo». Y es que «un pequeño sin estudios, sin el cuidado de un adulto y sin referencias tiene muy pocas posibilidades de desarrollarse», razona Desiree, que valora el aprendizaje y la seguridad, y que vio en la educación de su propia hija un argumento irrebatible a la hora de mudarse a Vizcaya.
El desafío de reconvertirse
«En Lima -cuenta-, concretamente en la agencia de viajes de una amiga, conocí a un chico vasco que, actualmente, es mi marido. Nos encontramos por casualidad. Yo iba a visitar a mi amiga y él estaba allí porque quería contratar una excursión… Para hacerte un resumen, fue un flechazo. Poco después de conocernos, estábamos decidiendo dónde íbamos a vivir».
La decisión no era tan simple. «Sabíamos que queríamos estar juntos, pero él tenía su trabajo aquí, yo tenía el mío allí y, además, tenía a mi hija, de una relación anterior… Como ves, había que sopesar unos cuantos elementos», expone Desiree, que por aquel entonces se dedicaba al diseño textil, «una profesión que no tenía gran salida laboral en el País Vasco» y que, por tanto, la obligaba a «reconvertirse».
La solución intermedia fue «probar. Decidimos venir por un año y ver qué pasaba. Obviamente, él tenía mejores oportunidades de trabajo en Euskadi, y además estaba el factor de la educación y la seguridad para mi niña. Hace mucho que tomé esa decisión y, la verdad, no me arrepiento. No cambio este sitio por nada. En cuanto a mi profesión… Bueno, sé que no se puede tener todo. Me he volcado al sector comercial y sigo diseñando. Hago bisutería y tengo una tienda en Internet».
Los habitantes de Huancavelica, en cambio, no tienen oportunidad de reconvertirse en nada, ni mucho menos acceder a la sociedad de la información. «Ni siquiera saben que existe España», indica Desiree para ilustrar de algún modo las consecuencias del aislamiento y el olvido. «Por eso, hemos ido allí a ayudarles, a enseñarles cómo trabajar, cómo conservar los alimentos, cómo educar a los niños para que no sólo sean una herramienta laboral más. Y hemos traído fotos para hacer una exposición y mostrar esa realidad. Hay gente tan pobre que sólo tiene su sonrisa y, aun así, te la da». La muestra se puede visitar durante todo el mes en La Taberna de los Mundos, de Indautxu.
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