De Bruselas a África sin salir de Bélgica

Ningún lugar en Europa representa mejor la cultura africana que el barrio de Matongé, en pleno corazón de la capital belga. Un insólito espacio urbano a dos pasos de las sedes de las instituciones europeas donde, desde hace más de 60 años, se hizo fuerte el modo de vida congoleño en particular, pero también del África subsahariana en general, orgullosa de ser negra.
 

Javier Mazorra
Si alguien dudaba que Bruselas es una inagotable fuente de sorpresas, que se acerque a la colina de Waerenbergh en el distrito de Ixelles. Allí, dentro de un triángulo formado por las Calzadas (Chaussées) de Wavre y de Ixelles y por la rue de la Paix, a dos pasos de las sedes de las instituciones europeas, se encuentra Matongé, una isla de pura africanidad. Son ya muchas las ciudades del Viejo Continente con un barrio africano. Y ahí está La Goute d’Or parisina como botón de muestra, pero nada es comparable a este insólito espacio urbano donde, desde hace más de 60 años, se hace fuerte la cultura congolesa en particular, pero también la de ese África subsahariana en general, orgullosa de ser negra.

Su nombre le viene de uno de los barrios más populares de Kinhasa, la capital de la República Democrática del Congo. Y su historia se remonta a la fundación de la Maison Africaine en esta parte de Bruselas, donde residían los estudiantes del Congo con beca para estudiar en Bélgica después de la Segunda Guerra Mundial, aunque también por la presencia de La Maison des Colonies, donde las mujeres de los colonos belgas se preparaban antes de reunirse con sus maridos en África. Si durante los años 50, 60 e incluso 70, estaba considerado como el mejor escaparate de las ex colonias belgas en Europa, su imagen ha ido evolucionando, tras numerosos altibajos, hasta convertirse por encima de todo en un punto de encuentro entre los dos continentes.

Carteles y esculturas
Ya son muchos menos los congoleños que viven en el barrio, habiéndose diluido por toda la compleja geografía de la capital. Es cierto que, desde hace años, hay tiendas y restaurantes africanos por todas partes en Bruselas pero el ambiente de Matongé sigue teniendo algo distinto, irresistible, sobre todo cuando cae la noche en el entorno de la Gallerie d’Ixelles (el indiscutible corazón del barrio), el quartier de Saint-Boniface y la Puerta de Namur. De esta última, hace años que desapareció el carismático mural de Cheri Samba que anunciaba la entrada al barrio, pero han aparecido otros símbolos, como la escultura Más allá de la esperanza, de Freddy Tsimba.

Ahora ya no sólo se escucha lingala en los cafés y las barberías, la lengua predominante en el Congo, sino que se pueden reconocer fácilmente los sonidos del swahili y o el chasqueo de las lenguas de Burundi y Ruanda cantando alguna melodía del lago Tanganika en el interior de Les amis du Grand Lac y en otros muchos cafetines y tiendas de la zona. Nadie pone en duda que Matongé es hoy en día mucho más que el Congo en Bruselas. En Calebasse, la música congolesa sigue siendo mayoritaria pero no en el mucho más popular Music Nova. Lo mismo ocurre con la gastronomía, con L’horloge du sud (el reloj del sur), en Troonstraat 141, como guía y modelo. Todas las especialidades del continente se entremezclan incluso con toques latinos y asiáticos.

Festival de colores
Se dice que conviven en el barrio más de 45 nacionalidades africanas además de alguna otra invitada. A muchas de ellas se las puede ver en perfecta armonía en una calle tan seductora como la rue Longue Vie, olvidándose de las rencillas y rencores que los enfrentan en sus respectivos países y territorios. Si cualquier momento del año es apropiado para descubrir este rincón secreto de Bruselas, hay unos días durante el mes de junio cuando el ambiente se convierte en puro delirio. Es cuando se celebra Matongé en couleurs (Matongé en colores) o el Couleur Festival Café, una fiesta que cada año reafirma las raíces africanas de la capital belga.

Quien sienta curiosidad por conocer cuáles fueron los orígenes de esa relación tan especial y discutida entre África y Bélgica tiene que acercarse a Tervuren, a 15 minutos de distancia de la capital belga. Allí, en un precioso parque, se esconde dentro de un edificio palaciego el Museo Real de África Central. Un lugar extraño, fascinante, anclado en el tiempo, pero donde se ofrecen algunas de las claves de la colonización del territorio, lo que dio lugar a la Feria de 1948, y un recorrido por la culturas, la fauna y las inmensas riquezas del antiguo Congo Belga y de sus otras colonias en el continente.

 

 

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