«África, el oscuro continente». Así la definió a finales del siglo XIX el explorador Stanley. Para otro descubridor y misionero presbiteriano, considerado como modelo de exploradores, David Livingston, no fue tan oscuro. Decía que su tarea, su misión se resumía en tres ‘c’: «cristianismo, civilización, comercio». Todo viaje a África, aunque no sea el primero, equivale a un revolcón. Se recuperan con toda intensidad imágenes que casi se habían borrado. Llama la atención la presencia masiva de niños, adolescentes y jóvenes. Su porcentaje dentro de la población es aplastante. Ni las guerras, ni el sida, ni el hambre detienen la vida en África. Sorprende el rojo de unos amaneceres y atardeceres poéticos, aburre la omnipresencia de un polvillo rojizo que lo invade y lo cubre todo, molesta el ataque incesante de los mosquitos, se aceptan mal algunos cortes de agua o de luz, que siempre son inoportunos. Muchas de estas incomodidades, incordios y enfados se superan, se perdonan ante la amabilidad de la gente. Una nota sobre la marcha: traer a cuento estas realidades sombrías, cuando en Europa y en España corren vientos heladores, puede parecer insensato. Pero todavía hay grados: las escenas de Somalia no tienen nada que ver con lo que se contempla en nuestro ambiente. En las terrazas de las cafeterías, en los coches que circulan por las autopistas, en la pluralidad de productos que ofrecen los supermercados&hellip
EL escritor y teólogo camerunés J. M. Ela declaraba que «el África real no es la de los safaris, ni aquella de la que hablan los civiles o militares que están en el poder, los cuadros de los partidos únicos o los brujos de los regímenes corrompidos. En las sociedades amordazadas, lo esencial no es lo que se dice, sino lo que se calla. Por eso es preciso partir desde abajo, de los barrios de chabolas en proliferación». En este punto, cuando uno se instala en pleno barrio de Kazenga, en la capital de Angola, en la casa de un misionero, siente que ha acertado, según la opinión de Ela. ¿El escenario? Calles casi todas sin asfaltar, con un buen número de coches y camiones convertidos en chatarra, abandonados, baches terroríficos, atascos kilométricos, charcas de agua, montones de basura sobre todo cerca de donde se reúne la gente, como los mercados. El número de pequeños puestos de venta es tan numeroso que da la impresión de que todo ciudadano y ciudadana vende algo. Hay quien ofrece en total 24 mandarinas. Los ‘negocios’ son de muy poca monta. La mayoría de las viviendas de estos barrios no llegan a casas, se quedan más bien en chabolas, algunas reforzadas con bloques o ladrillos de tierra. Y cubriéndolo todo un polvillo rojizo, que flota en la atmósfera y se introduce por todos los resquicios. Pero la alegría no falta, por la noche en cualquier esquina y por cualquier motivo una música pegadiza, voluminosa, mueve aquellos cuerpos hechos para bailar.
Presencia de los chinos
A la pobreza suelen acompañar el hambre, la delincuencia, la prostitución, los robos, la disgregación familiar, el abandono escolar &hellip Contra todos estos males lucha denodadamente esta gente, muchos de ellos venidos del interior en busca de un futuro más amable.
Pero no todo es pobreza, aunque ésta sobresalga. Angola exporta mucho petróleo, vende diamantes y otros minerales, posee caladeros de pesca. Grandes grúas para la construcción forman parte del paisaje en varios lugares. Los chinos lo saben muy bien. Ellos, como dijo su presidente en Jartum, «no hacen preguntas», pero sí negocios. Al parecer bastante beneficiosos para el imperio asiático. El dinero corre, pero por pocas manos. Sirve para engordar a una clase adinerada, pero al pueblo le llegan solo las migajas.
El viaja a África tiene un objetivo. Junto a tres seminaristas de la diócesis de Bilbao -para que conozcan de primera mano el tajo misionero- nos trasladamos en autobús a Malange, ciudad que dista 400 kilómetros de Luanda, para asistir al homenaje que la diócesis tributaba a Luis María Pérez de Onraita, natural de Gauna, un pueblecito de la llanada alavesa, al ser nombrado arzobispo por Benedicto XVI. Son nueve horas de viaje. El autobús no efectuó las paradas necesarias en un hotel o en una cafetería (no había), era un descampado el que servía de cuarto de baño y donde la gente no se esforzaba nada por ocultarse. Otro dato curioso: cuando un pasajero terminaba su recorrido y abandonaba el autobús, en el momento de recoger la maleta o su equivalente bajaba toda la gente (no para despedirle) y, una vez comprobado que se llevaba la suya, volvían a subir y a ocupar sus asientos. En tales condiciones difícilmente se podía guardar la higiene y el pudor convenientes. Por otra parte, el bajar y subir del autocar demostraba la desconfianza mutua y la inclinación al robo.
La Iglesia angolana se enfrenta cada día a cómo ser levadura y sal en un país cuyos habitantes son o muy ricos o pobres. La Iglesia universal se ha desplazado del Norte al Sur. Antes Europa, el continente cristiano, marcaba la línea y el estilo y aportaba el mayor número de bautizados. Hoy en América Latina viven 418 millones de católicos y en Europa 283 millones, aunque Europa cuenta con 51 cardenales y América Latina sólo con 18. El que entre los católicos haya aumentado el número de miembros con escasos recursos económicos influye. Se interpreta con otra sensibilidad el mensaje cristiano, el evangelio. La Teología de la Liberación no nació en Europa, sino en América Latina. El Concilio Vaticano II, celebrado en Roma entre los años 1962 y 1965, fue animado y dirigido por expertos centroeuropeos. En la Asamblea de Medellín, que se desarrolló en esa ciudad colombiana en 1968, se barajaron otras ideas, otras preocupaciones y otras valoraciones. Habló la Iglesia de los pobres.
www.elcorreo.com/vizcaya/v/20110926/sociedad/africa-fuerte-hambre-sida-20110926.html