Abdou Sow salió en cayuco sin dinero y con una mochila cargada de sueños desde una playa de Mauritania, como la mayoría de subsaharianos que deciden arriesgar sus vidas por alcanzar Europa. En Senegal veía en los informativos que los africanos llegaban a España y encontraban trabajo pero también sabía que muchos morían en el intento. "Fui uno de los miles de ilusos que creían llegar al paraíso, pero tenía que salir de mi país o mi familia no tendría nada que comer", relata.
Con una sonrisa suaviza la pesadilla de un viaje interminable que le trajo hasta Málaga. Eran 120 personas y el trayecto duró ocho días, todos sentados, achicando agua, sin dormir y sin moverse para no poner en peligro a nadie. "La patera paró muchas veces porque los motores estaban rotos, pero al final llegamos a Gran Canarias", recuerda.
Ahora, cinco años después de aquel viaje, es feliz en la Costa del Sol y lucha, con la ayuda de Cruz Roja, por la integración de casi un centenar de compatriotas que viven en pisos patera en la provincia, una realidad conocida pero invisible.
Este tipo de viviendas masificadas han proliferado en Málaga en los últimos meses debido a la crisis, según confirman varios colectivos de inmigrantes. Llegan a acoger hasta una veintena de personas sin recursos en pocos metros cuadrados.
Como Abdou, todo lo que pueden permitirse aquellos extranjeros sin papeles y desempleados que han deambulado por centros de acogida es ir a parar a un piso patera. Este joven de 27 años llegó a Málaga buscando mejor fortuna y lo que encontró fue una casa con más de 30 personas que se turnaban para poder dormir. "Pagaba una cama cuatro horas al día por cuatro euros y comía gracias a la beneficencia. Así he pasado varios años, pero ahora vivo con tres amigos en una casa más amplia y ya tengo papeles", explica.
Al tiempo que trabaja como vendedor ambulante, ejerce de intermediario entre los compatriotas que se encuentran en situación irregular y Cruz Roja, que atiende a más de 600 inmigrantes que viven en asentamientos verticales a través de la entrega de alimentos, mantas, ropa y revisiones médicas.
EL MUNDO de Málaga acompañó a esta organización en una de sus visitas a un piso patera. 16 senegaleses en apenas 60 metros cuadrados que pagan unos 500 euros al mes. No sólo se alquilan habitaciones, también terraza y pasillo. Además de las literas en las dos habitaciones que tiene la casa, tres camas y varios colchones pueblan el salón, taponado por maletas de viajes que sirven de armario. "Viven en una baldosa, pero mejor así que estar en la calle", cuenta Abdou.
"Nuestra casa es como jugar al Tetris, tenemos que encajar bien las camas y los muebles en poco espacio", bromea Barham Diop, uno de los inquilinos. "No hay espacio para moverse ni tampoco hay intimidad. A veces me recuerda a mi viaje en el cayuco, con la diferencia de que aquí sé que no me juego la vida", añade.
El piso patera tiene unos cuatro metros cuadrados por habitante, no hay zonas privadas, aunque aseguran que hay buena convivencia. Cuentan con un baño, que siempre está ocupado, la cocina es pequeña y muy estrecha, en la que sólo cabe un cocinero. "Todos somos del mismo país, tenemos las mismas costumbres y nos gusta la misma comida, por eso no tenemos problemas", apostilla.
El salón es el lugar donde más horas pasan al día. Siempre alrededor de la televisión, encendida alternativamente en varios canales de deportes y noticias de Senegal, mientras de una radio emanan canciones africanas. El fútbol, la música y la religión, los temas que debaten. De las paredes cuelga un póster de la selección española, el horario de los rezos y fotografías de un imán senegalés, Ibrahima Niass. "Preferimos vivir así a estar en la calle durmiendo o regresar a nuestro país. El miedo que tenemos es que la policía nos identifique porque no tenemos papeles", resaltan.
El top manta para subsistir
Un cielo de cemento de unos 80 metros cuadrados cobija los sueños de Thiam y de 17 compañeros más. Procedentes de Senegal, Mali, Guinea y Costa de Marfil, comparten las paredes de un piso en un barrio de la capital malagueña. Más bien no es una casa para vivir, sino un sitio para dormir. "Debajo vive la casera, a la que pagamos 600 euros entre todos. Algunos pagan por las horas que duermen", dice este senegalés.
No hay espacio libre para utensilios ni figuritas decorativas, sólo simples lechos para descansar, un televisor y dos neveras. Al amanecer, en el largo pasillo recogen los colchones donde algunos pernoctan para colocar la mercancía –gafas de sol, pulseras, relojes y películas piratas– que intentarán vender.
La crisis y la oferta de cine gratis en Internet ha frenado el negocio al que se dedican. "En verano vendemos más, en invierno nada", relata Thiam. Afirman que entre todos apenas sacan lo justo para alquilar el piso y mandar algo de dinero a sus familiares. "Vivimos juntos para ahorrar gastos y parte de la comida la conseguimos gracias a la ayuda de las ONG y los vecinos", explica.
Hace unos años, cuando Thiam y varios con los que comparte piso ganaban más de 1.200 euros en la construcción, no imaginaban que tendrían que hacer malabarismo para pagar un cuchitril en el que descansar. "Antes vivíamos de manera más holgada, ahora comparto baño con casi 20 personas", apunta. Unos se ganan la vida realizando chapuzas, otros se dedican a la venta ambulante, pero la mayoría está en el paro. "Nos hemos jugado la vida para llegar hasta aquí y no hay vuelta atrás. En África no hay esperanza; en España seguimos soñando con un futuro mejor", añade.
Vía | El Mundo