«Huyeron de la pobreza para caer en la miseria»

Médicos del Mundo atiende a decenas de ‘sin techo’ que duermen bajo puentes en Bilbao

Un «niño de la guerra» de Costa de Marfil llegó a la sede de Médicos del Mundo en la calle Bailén de Bilbao llorando. Al encontrar a Adam En-naji -el trabajador social-, el muchacho-soldado se derrumbó y le contó que llevaba dos días sin comer y deambulando por la calle. Su caso no sería diferente al de otros ‘sin techo’ si no fuera porque el joven, de 18 años, atravesó África, saltó el Estrecho y recaló en Bilbao con una sola pierna; la otra la tenía amputada y se apoyaba en muletas para andar.

«Los más desamparados son los inmigrantes, por las dificultades de acceso a todos los recursos. Hace falta tener documentación, no la tarjeta de residencia, sino un simple pasaporte donde diga quién eres, para que te dejen entrar en un albergue o en un comedor social, y muchos lo han perdido en el camino, se les cayó al agua desde la patera, o vivían en una aldea y nunca se lo hicieron», explican la presidenta de Médicos del Mundo en Euskadi, Teresa Maura, y el trabajador social que recibe a los usuarios, Adam En-naji, de origen bereber, aunque nacionalizado español.

Cada día recalan en la sede de esta ONG entre veinte y treinta personas ‘sin hogar’, algunos ya conocidos a los que someten a seguimiento y también caras nuevas. «Vienen porque les dicen que aquí no les pedimos ningún papel, o porque llaman a todas las puertas». Decenas de ellos se ven abocados a dormir debajo de los puentes porque no hay plazas suficientes en los albergues de Bilbao, los únicos del entorno.
El perfil es «masculino», cada vez hay menos mujeres, y suelen ser subsaharianos (Senegal y Nigeria) o magrebíes. Están desorientados, no conocen el idioma, y «tampoco entienden el tipo de organización que tenemos aquí, todo es muy nuevo para ellos». A los marroquíes y argelinos, Adam les habla en árabe dialectal o clásico, y enseguida se gana su confianza. «Se desahogan, empiezan a llorar y me cuentan que llevan tres meses en la calle, que están enfermos, sienten desprecio por todos los lados. ¡Cómo se va a integrar una persona cuando se siente rechazada!».

La organización ofrece a los ‘sin techo’ una consulta médica. «No están enfermos porque tengan una bronquitis, sino porque viven en la calle, tienen la autoestima muy baja y sufren enfriamientos, pero sobre todo les duele el alma», dice Teresa Maura, médica voluntaria desde hace una década. «Si se tuercen un pie, en Urgencias les ponen un vendaje, y vuelven a la calle con el esguince. El médico les recomienda: ‘No andes, no apoyes en dos días, haz reposo una semana y ponte hielo’. Es lo que tendrían que hacer para curarse, pero a ellos les suena como una broma macabra». ¿Dónde hago reposo siete días?, se preguntan.

Depresión, ansiedad o insomnio son las dolencias más habituales entre los indigentes y un problema ya diagnosticado entre los inmigrantes, el síndrome de Ulises. Recientemente, les afectó un virus de gastroenteritis. «Uno que dormía debajo de un puente me dijo que tenía que saltar diez metros cada vez que iba a hacer sus necesidades, a otro le acompañamos a la farmacia para explicarle cómo usar el suero».

Chicas rubias y ‘cochazos’
En realidad, muchos son jóvenes, de 18 o 19 años, y sanos. «El paracetamol que les damos es el cariño, estar en la calle es toda una enfermedad, no necesitan médico», cree la presidenta de Médicos del Mundo. Aunque también hay casos de hombres de 60 y 64 años «con una mano delante y otra detrás». «Tienen la percepción de que no se les aprecia. Han huido de la pobreza para caer en la miseria», sostiene Maura. Muchos desean volver a sus países, aunque el retorno no resulta tan sencillo.

-¿Tan mal estaban que es mejor malvivir en la calle?
-«No, en sus países seguro que nunca les faltó un plato caliente, ni el cariño de un padre, de un vecino… algo que no tienen aquí; han perdido lo básico», responde Adam.

Probablemente, esperan encontrar algo más parecido a la Europa que ven por la tele: «Chicas rubias, ‘cochazos’, el Real Madrid… No les muestran las chabolas de La Cañada Real, sino la Diagonal de Barcelona, la Gran Vía de Bilbao, Benidorm, lo que vende…», argumenta En-naji, que lleva 17 años entre Francia y España, donde ha vivido en Madrid y en Burgos antes de afincarse en Vizcaya.

Antes, los indigentes solían reconducir su vida y al cabo de un año dejaban la calle, pero ese plazo cada vez es más largo; «algunos tardan años en poder empadronarse». La solución, a su juicio, pasa por que «aprendan el idioma y un oficio».
 

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