Las fronteras africanas se rompen

 Sudán será protagonista otra vez mañana cuando se conozca el resultado del referéndum y nazca un nuevo Estado

 
Africa tiene una extensión solo superada por Asia, su población representa algo más del 12% del total mundial, es el continente menos globalizado y un compendio de conflictos regionales, epidemias y pobreza. El continente africano parece el epítome de todos los males debido al generalizado colapso del Estado, a la conflictividad regional y al efecto devastador de las enfermedades. África es un continente diverso política, económica y religiosamente. Asimismo, seguirá siendo, frente al sueño del panafricanismo, el insultante y ofensivo mapa que las potencias imperiales europeas trazaron en la Conferencia de Berlín de 1885. El Estado colonial fue una sombra del modelo de la metrópoli y la llegada de la independencia dio lugar a una ‘africanización del Estado’ que se ha visto acompañada de guerras civiles, de gobernanzas inadecuadas, de la maldición de sus ingentes recursos naturales y de la pobreza de mil millones de personas.
Lo señalado en líneas anteriores caracteriza, en mayor o menor medida, los enquistados y numerosos conflictos que asolan la geografía africana, desde las recientes revueltas de Túnez y Egipto hasta el referéndum de Sudán del Sur celebrado entre los días 9 y 15 del mes pasado. Sudán volverá a ser protagonista de la prensa internacional cuando mañana se constaten los resultados del citado referéndum y nazca un nuevo Estado africano. El caso sudanés es claramente extrapolable al resto de países africanos trazados con escuadra y cartabón y lo que allí ha sucedido y sucede está claramente ‘dirigido’ por los intereses de las grandes potencias mundiales (EE UU, China, Francia, Israel y la UE). El país más grande de África, con dos millones y medio de kilómetros cuadrados y unos cuarenta millones de habitantes, independiente de la metrópoli inglesa solo desde el 1 de enero de 1956, se rompe en dos trozos. Estado con profundas diferencias sociales, confrontaciones religiosas y problemas interétnicos, es un apetitoso pastel para potencias y transnacionales por su petróleo, sus recursos hídricos, su biodiversidad y su interés geoestratégico excepcional al actuar como país ‘bisagra’ que une el África árabe y el África negra. Desde su independencia, Sudán se ha caracterizado por constantes desequilibrios y tensiones entre el norte y el sur que propiciaron la primera guerra civil (1955-1972), la segunda (1983-2005) y la crisis de Darfur desde 2003. La firma del Acuerdo Integral de Paz en Naivasha (Kenya) facilitó el camino a nuevas formas de gobierno, nuevas constituciones y elecciones históricas.
El régimen sudanés de Al-Bashir está anegado por la corrupción, dista mucho de respetar los derechos humanos y es poco recomendable. Pero sorprende la condena permanente a la que lo han sometido EE UU, la UE e Israel, inspiradores y arquitectos de gran parte de la inestabilidad de Darfur y del Sur de Sudán, cuando contemplamos cómo ignoran hechos idénticos en Arabia Saudí, Egipto, los Emiratos Árabes Unidos, Etiopía, etcétera. Claro que quizás ha llegado el momento de recordar el Plan Yinon y el interés norteamericano-israelí por fragmentar Sudán, como se realizó en la extinta Yugoslavia y en cierta medida en Irak; tendencia que iniciaron los británicos cuando desgajaron Egipto y Sudán, que de facto fueron un solo país hasta 1956. Entonces lanzaron a los sudaneses contra los egipcios, ahora a los sudaneses del sur contra los del norte. Estas mismas fuerzas trabajan en Afganistán, Egipto, Líbano, Siria, Somalia, Turquía y otros países.
La independencia es un hecho consumado y una consecuencia del pulso que mantienen EE UU y China por el liderazgo mundial. Los primeros quieren expulsar a la segunda y a las empresas asiáticas, ahuyentando también a Francia. Por su parte, China necesita los recursos africanos para su desarrollo, para que sus mercados mantengan el crecimiento económico y para que las alianzas políticas respalden su presencia internacional. El nacimiento del nuevo país tendrá efectos inmediatos sobre numerosas fronteras africanas cuestionadas desde los años noventa del pasado siglo. Asimismo, padecerá una situación interna de debilidad endémica que desaparecerá en tanto en cuanto solucionen sus principales problemas o lo que es lo mismo, políticas económicas adecuadas, erradicación de la corrupción, separación de ejército y gobierno, administración de recursos y de la ayuda internacional, consolidación de fronteras con el Norte y reparto de las riquezas acuíferas y petroleras, división de la deuda, situación de los acuerdos internacionales… El viejo sueño del África unida y del panafricanismo de visionarios como Cheikh Anta Diop, Modibo Keita, Joseph Ki-Zerbo, Abdoulaye Ly, Kwamé Nkrumah y Sékou Touré, desapareció de la práctica africana y la fragmentación sudanesa así lo corrobora. Beneficiados o no, el tiempo actuará de juez, los sudaneses del sur deben saber que su independencia es parte de la agenda geoestratégica global, de los intereses de las grandes potencias mundiales y de las migajas que de los choques entre estas dejan para actores de rango inferior.
 

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