Volver… a casa

 El viaje en barco desde Jartum a Juba a través del Nilo dura entre dos y tres semanas. Puede sonar casi como un crucero pero ocurre que los barcos son muy básicos y, en los últimos meses, vienen tan cargados de gente y llevan tantos bártulos que las personas se tienen que apelotonar en el ‘techo’ que hay sobre la cubierta porque no queda otro espacio en la embarcación.

Carlo Ragato, su mujer y sus cinco hijos salieron de Jartum el 8 de diciembre cargados con todas sus pertenencias. Ropa, cacharros de cócina, camas y demás muebles, todo. Llegaron al puerto de Juba el 27 de ese mes y están allí desde entonces. “Viví 10 años en Jartum, trabajaba como profesor en un instituto”, cuenta en un inglés muy precario. “Me gustaría trabajar como profesor en Torit (su ciudad de origen), pero aceptaré cualquier trabajo, no tengo dinero”. Ragato y su familia no tienen medios para seguir hasta Torit, a tan solo 130 kilómetros de Juba, y llevan más de dos semanas en el puerto esperando que “alguien, la ONU, el gobierno (de Sudán del sur)”, les lleve allí.
Durante la guerra que enfrentó al norte y al sur de Sudán entre 1983 y 2005, alrededor de dos millones de personas murieron y más de cuatro millones resultaron desplazadas, según cifras que recoge la ONU. La gran mayoría de los que tuvieron que dejar su hogar eran sureños. Muchos acabaron en campos de refugiados en Uganda, Kenia y Etiopía. Pero otros tantos simplemente se fueron al norte de Sudán, a Jartum, al territorio enemigo porque el propio se había convertido en un campo de batalla.

La convivencia con la población del norte, mayoritariamente árabe y musulmana, no era fácil. Los sureños se instalaban a las afueras de Jartum y formaban sus propios barrios. Muchos de los que regresan cuentan que la policía abusaba de ellos y que se les discriminaba en hospitales y universidades. Dicen que los árabes seguían llamándoles “esclavos”. Pero la capital ofrecía la paz, la estabilidad y el desarrollo que no podían encontrar en sus lugares de origen al otro lado de la ‘frontera’. Además, los sureños seguían siendo sudaneses y en Jartum seguían estando en su propio país. Con el tiempo y aunque la relación era frágil, ambas comunidades aprendieron a convivir y hoy hay jóvenes árabes y sureños que viven juntos con normalidad.

Carlo Rogato dice que él no vivía mal en el norte pero que todos los sureños se estaban marchando. “Me fui porque, en Jartum, decían que quien fuera del sur tenía que irse al sur”. “Haré cualquier trabajo, ¡cualquier cosa!”, repite mientras el periodista se aleja.

Desde el fin de la guerra, la Oficina Internacional para la Migración (OIM) ha registrado a cerca de medio millón de personas que han regresado al sur desde los países vecinos y el norte de Sudán. El movimiento se fue acelerando a medida que se acercaba el referéndum y, desde octubre de 2010 hasta ahora, la OIM ha confirmado la llegada de unos 120.000 sureños desde Jartum, aunque la cifra real podría ser bastante mayor.
egún Gabriel, un oficial portuario que sólo da su nombre de pila, en el puerto de Juba hay acampadas unas 700 personas que han regresado del norte en las últimas semanas con todo lo que tenían y que esperan que alguien les dé comida y agua y les lleve a sus lugares de destino.

El acuerdo de paz le otorgó una gran autonomía al sur, un gobierno propio y la celebración de un referéndum de independencia que se ha celebrado del 9 al 15 de enero. Aunque los resultados oficiales se harán públicos a mediados de febrero, todo el mundo da por hecho que la casi totalidad de los votos van a ser por la separación y, si no hay sorpresas de última hora, Sudán del sur se convertirá de forma oficial en un país independiente en julio.
“Me fui de Jartum porque quería volver a mi tierra, tenemos esperanzas de cara al referéndum y aquí la gente me va a necesitar”, dice también en el puerto de Juba Ezra Musa, de 62 años y que se trasladó a la capital del norte en 1991. Sin embargo, Musa lamenta que él no ha podido participar en el referéndum: “No nos registramos en Jartum porque estos árabes habrían escrito más nombres, mucha gente no se registró. Y no llegamos a tiempo para registrarnos aquí, así que no hemos podido votar”. Musa, junto con su una mujer y sus cinco hijos, salío de Jartum el 16 de diciembre y llegó a Juba el 8 de enero. En la capital, trabajaba como enfermero y espera poder dedicarse a lo mismo en Sudán del sur.

“La vida en Jartum con estos árabes… algunos de ellos nos maltrataban, otros no”, cuenta sobre sus años en el norte. “Había comerciantes que empezaron a cobrarnos más a los del sur cuando empezamos a marcharnos y la policía dice que la sharia es la ley y si te pillan bebiendo cerveza, te arrestan y te dan 50 latigazos o más y te meten en la cárcel entre uno y tres meses”. Al contrario que Rogato, Musa está alegre y se muestra confiado. Dice que la ONU les pagó el billete de barco y que ahora está esperando que les recojan en Juba y que les lleven a Maridi, una ciudad a unos 280 kilómetros de Juba, ya que ellos no tienen dinero para continuar el viaje.

Aunque no hay cifras oficiales, las estimaciones hablan de que aún hoy entre 1,5 y 2 millones de sureños viven en el norte, la mayoría en Jartum y sus alrededores. Los hay que cruzan la ‘frontera’ por carretera y se acaban instalando a las afueras de las principales ciudades, como Aweil y Malakal, ya que no tienen más dinero o recursos para continuar el viaje. Además, muchos han vivido en el norte durante hasta dos generaciones y ya no tienen parientes o tierras en sus lugares de origen en el sur. El resultado es la creación de campos de personas desplazadas.
“Me fui de Jartum porque quería volver a mi tierra, tenemos esperanzas de cara al referéndum y aquí la gente me va a necesitar”, dice también en el puerto de Juba Ezra Musa, de 62 años y que se trasladó a la capital del norte en 1991. Sin embargo, Musa lamenta que él no ha podido participar en el referéndum: “No nos registramos en Jartum porque estos árabes habrían escrito más nombres, mucha gente no se registró. Y no llegamos a tiempo para registrarnos aquí, así que no hemos podido votar”. Musa, junto con su una mujer y sus cinco hijos, salío de Jartum el 16 de diciembre y llegó a Juba el 8 de enero. En la capital, trabajaba como enfermero y espera poder dedicarse a lo mismo en Sudán del sur.

“La vida en Jartum con estos árabes… algunos de ellos nos maltrataban, otros no”, cuenta sobre sus años en el norte. “Había comerciantes que empezaron a cobrarnos más a los del sur cuando empezamos a marcharnos y la policía dice que la sharia es la ley y si te pillan bebiendo cerveza, te arrestan y te dan 50 latigazos o más y te meten en la cárcel entre uno y tres meses”. Al contrario que Rogato, Musa está alegre y se muestra confiado. Dice que la ONU les pagó el billete de barco y que ahora está esperando que les recojan en Juba y que les lleven a Maridi, una ciudad a unos 280 kilómetros de Juba, ya que ellos no tienen dinero para continuar el viaje.

Aunque no hay cifras oficiales, las estimaciones hablan de que aún hoy entre 1,5 y 2 millones de sureños viven en el norte, la mayoría en Jartum y sus alrededores. Los hay que cruzan la ‘frontera’ por carretera y se acaban instalando a las afueras de las principales ciudades, como Aweil y Malakal, ya que no tienen más dinero o recursos para continuar el viaje. Además, muchos han vivido en el norte durante hasta dos generaciones y ya no tienen parientes o tierras en sus lugares de origen en el sur. El resultado es la creación de campos de personas desplazadas.

 

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