La agonía de Somalia no conmueve

El Correo, 6 de Septiembre- Es el Estado fallido por antonomasia. Un país donde las ganancias de los piratas multiplican por ocho el presupuesto del Gobierno. Donde el único Ejecutivo reconocido internacionalmente controla apenas el palacio presidencial en la capital, Mogadiscio, y algunas calles de los alrededores. Donde el 80% de la población no tiene acceso a la sanidad y es analfabeta, mientras que se puede acceder a Internet en casi cada pueblo del país. Tras dos décadas de guerra civil, el Estado somalí agoniza.
Las milicias de Al-Shabab se han lanzado a la conquista de la capital, que esperan poder controlar antes de que acabe el Ramadán. La ofensiva comenzó hace tres semanas y ya ha segado la vida de más de 140 personas, entre ellos seis diputados y cuatro soldados ugandeses de la Misión de la Unión Africana en Somalia (Amison). La situación es urgente. Los organismos internacionales advierten de que o se envían más apoyos, o el Gobierno Federal de Transición (GFT) tiene los días, literalmente, contados.
Por tercer año consecutivo, Somalia ocupa el primer puesto en la lista de Estados fallidos que realiza la revista ‘Foreign Policy’. Tras el derrocamiento de Mohamed Siad Barre en 1991, el país africano ha vivido en la anarquía, controlado por señores de la guerra y en un estado de contienda civil de mayor o menor intensidad, cuyas luchas han provocado en veinte años más de 21.000 muertos directos y cerca de dos millones de desplazados.
Mientras que las regiones norteñas de Puntlandia y Somalilandia han resurgido de forma autónoma y han conseguido crear cierta estabilidad, el centro y el sur de Somalia se encuentran ya en manos de las milicias islamistas. Al-Shabab y Hizbul Islam se reparten más de la mitad del territorio, donde han impuesto una ley basada en una interpretación radical del Islam.
 

Similitud con los talibanes
Los ecos de la intransigencia de estos grupos fundamentalistas ya se han dejado sentir. Cada vez se asemejan más a los talibanes: los hombres deben dejarse crecer la barba, tienen prohibido oír música y ver el fútbol y tan solo se permite a las mujeres salir a la calle si van acompañadas de un hombre de su familia.
Parte de la población, sin ser islamista, acepta estas milicias porque aportan estabilidad y ofrecen empleos. En las regiones controladas por Al-Shabab, el número de crímenes se ha reducido, aunque a un alto precio, según advierten desde Human Rights Watch. «Mientras que Al-Shabab ha traído estabilidad a algunas zonas afectadas durante mucho tiempo por la violencia, ha utilizado una brutalidad y una represión implacable», asegura Georgette Gagnon, directora de la organización para el continente africano.
En este escenario, el GFT lucha por sobrevivir, sin apenas recursos y con el apoyo de unas tropas africanas cada vez más mermadas. «La comunidad internacional está preocupada por un apéndice -el fenómeno de la piratería- en vez de concentrarse en el corazón del problema que es la necesidad de un acuerdo político», advierte Internacional Crisis Group.
Las grandes potencias y, en general, el mundo occidental tan solo se acuerdan de Somalia cuando un atunero o un buque de carga es secuestrado. Sin embargo, los analistas sostienen que para acabar con el fenómeno de forma definitiva es necesario un mayor compromiso internacional y no la simple vigilancia de las aguas del golfo de Adén.
Durante muchos años, las aguas territoriales de Somalia, ricas en pescado, han sido esquilmadas por buques pesqueros extranjeros, gracias en gran medida a la inexistencia de un Estado capaz de proteger sus propios recursos. «Los mayores piratas son las grandes compañías pesqueras internacionales», ha reiterado en numerosas ocasiones Andrew Mwangura, quizás el mayor experto del mundo en piratería en el Índico.
A pesar de la miseria, la inseguridad, el hambre y los muertos, el espíritu emprendedor de muchos somalíes ha conseguido desafiar dos décadas de guerra civil a base de imaginación y esfuerzo. A falta de Estado, los somalíes han suplido, de forma más o menos informal, la oferta de servicios. Todo es privado en Mogadiscio, y todo tiene un precio. Colegios, hospitales, aeropuertos e incluso el servicio postal.
 

Dinero desde el extranjero
El Banco Central del país apenas sobrevive, pero es posible expedir remesas desde el extranjero, cuya cifra anual gira en torno a los 775 millones de euros. Los envíos se realizan a través de las ‘hawalas’, una especie de Western Union basado en el honor y en el respeto de los clanes. Dahabshiil, es una de las principales agencias y tiene empleados en más de 40 países.
La desaparición del Estado en Somalia se traduce también en una completa falta de regularización. Es el mercado libre en estado puro, el sueño de Adam Smith. Las telecomunicaciones, que fueron completamente devastadas en los primeros años de la guerra, viven en la actualidad un momento dulce. La competencia es feroz y los precios muy bajos, ya que las compañías no pagan ni impuestos ni licencias por operar en el país o por levantar postes de telefonía.
Aunque no faltan los oportunistas que se nutren y alimentan la inestabilidad, también destaca el trabajo de empresas como Telcom Somalia, la principal compañía telefónica. La firma es un destello de esperanza para un país abandonado a su suerte. Telcom Somalia cuenta con sofisticados de transmisión que hacen posible que sus teléfonos tengan una cobertura del 70% en las mayores ciudades.

www.elcorreo.com/vizcaya/v/20100906/mundo/agonia-somalia-conmueve-20100906.html

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