Urnas para que todo siga igual | Elecciones en el Congo

Bajo el volcán de Goma, en la pista de su aeropuerto, recortada por la lava solidificada de anteriores erupciones, es fácil entender por qué el país con más recursos naturales de África es a la vez uno de los más pobres. Tres ciudadanos chinos abren sus enormes maletas al funcionario de aduanas congoleño, que remueve el equipaje sabiendo lo que se va a encontrar. En bolsas de plástico, piedras de tamaño de una cabeza humana viajarán a Kigali (Ruanda) a la vista de todos, porque en el aeropuerto de Goma (capital de Kivu Norte) todos cobran y llenan sus bolsillos de dinero manchado de sangre de su propio pueblo.

 

Uno de los chinos deposita en la palma de la mano del congoleño unos cuantos dólares con un gesto que pretende ser casual. Las maletas se cierran y se facturan sin problemas. A la misma hora, en carreteras secundarias cercanas a Bukavu (capital de Kivu Sur), varios cargamentos de minerales atraviesan la porosa frontera entre Congo y Ruanda en vehículos todoterreno previo pago de una retribución a los soldados rebeldes que controlan esa tierra de nadie. Pocas horas después, los minerales extraídos de una mina cualquiera de territorio congoleño se venden a empresas belgas, francesas, holandesas o chinas a precio de oro en Ruanda, Uganda o Burundi.

 

La República Democrática del Congo chapotea sobre una riqueza mineral que incluye el coltán con el que se fabrican las baterías de nuestros móviles, tabletas y ordenadores portátiles (posee el 87% de las reservas mundiales), la casiterita (roca de la que se obtiene el estaño que suelda circuitos electrónicos), uranio (del Congo salió el que sirvió para fabricar las bombas de Hiroshima y Nagasaki), y mucho oro y diamantes.

 

Pero ese tesoro no le ha servido para combatir la pobreza, la corrupción y la imposibilidad de controlar su propio territorio. Esa es su bendición y su condena. Congo es hoy un estado fallido en el que hay regiones cuya única presencia de la administración es un ajado póster de su presidente, Joseph Kabila, en las desconchadas paredes de los cuarteles militares. El control del Gobierno de Kinshasa, a más de 2.000 kilómetros de las áreas más remotas, es sólo una entelequia. Los gobernadores de Lubumbashi y Kisangani, por ejemplo, ejercen el poder en sus zonas como si no existiera un presidente por encima de ellos.

 

En ese contexto de inestabilidad y de subdesarrollo se celebran hoy las segundas elecciones democráticas del país, unos comicios marcados por las protestas y la represión violenta de las últimas semanas en las principales ciudades, así como por la guerra inacabable que desangra el este desde 1998, un conflicto que se ha llevado por delante la vida de cinco millones de personas, las cifras de muertos más altas desde la Segunda Guerra Mundial. Hoy, en las regiones del Este, 17 milicias diferentes, incluido el temible FDLR (Fuerza de Liberación de Ruanda, los restos del ejército hutu que masacró a los tutsis en 1994) se disputan la riqueza que la tierra esconde y maltratan a una población civil que sufre, por ejemplo, los índices más altos del mundo de violencia sexual, además de graves problemas de pobreza, aislamiento, malnutrición y falta de acceso a la sanidad más básica.


Un favorito en el poder

Bukavu es la clave de unas elecciones a las que se presentan 70 candidatos a presidente pero en las que todo el mundo tiene claro quién resultará ganador: "En África siempre vence el que está en el poder", confiesan fuentes de la Embajada española en Kinshasa, la capital del Congo. Y el que está en el poder es Joseph Kabila, hijo del asesinado Laurent Desiré Kabila, natural de Bukavu, como su mujer, Olive y como su principal oponente, Vital Kamerhe. No hay sondeos para determinar qué puede pasar en las urnas, pero el resultado electoral en el segundo país más grande de África afectará de manera decisiva a las relaciones con Ruanda, Burundi, Uganda, Angola, el Congo francés…

 

Cualquier estallido de violencia postelectoral puede desencadenar un terremoto bélico de consecuencias imprevisibles. Fuentes de Naciones Unidas y de ONG desplegadas en el país han detectado movimientos militares, compra masiva de armas y reclutamientos forzosos a veces alentados por los propios partidos políticos por si la suerte electoral les es esquiva.

 

"A la gran mayoría de protagonistas de esta historia les conviene que todo siga igual, que los problemas no se arreglen, que nadie controle el tráfico de minerales para mantener los precios como están", dice un cooperante que lleva trabajando en el Congo desde 1994. "Le conviene a los rebeldes, porque ellos controlan las minas. Le conviene a la ONU, que mantiene aquí a sus cascos azules. Le conviene a Ruanda, porque el Gobierno tutsi de Paul Kagame se lucra con el tráfico de minerales, le conviene al gobierno congoleño, porque también cobra en sobornos, le conviene a Occidente, porque gracias a la guerra pueden acceder de manera directa a la materia prima sin pagar impuestos… Nosotros disfrutamos de iphones, ipads y blackberrys, pero nuestro progreso es su sufrimiento.

 

Vía | El Mundo

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