Una frutería sin ánimo de lucro

 A las diez de la mañana todavía no ha comenzado la vida en el barrio y los clientes llegan con cuentagotas. Mientras Seydina Mane revisa los caquis, María Jesús y Mamadou guardan las cajas llenas de fruta que llegaron hace un rato en el reparto. En los veinte metros cuadrados en los que se están moviendo están conviviendo cuatro nacionalidades diferentes: española, mauritana, senegalesa y guineana.”Esto es la ONU”, asegura sonriendo María Jesús, la jefa de tienda.

La frutería es una iniciativa sociolaboral que ofrece trabajo a jóvenes en riesgo de exclusión social. Detrás del proyecto está la fundación La Merced Migraciones que lleva veincinco años atendiendo a inmigrantes en Madrid con pisos para menores que llegan solos a España y cursos de formación. “Nos dimos cuenta de que el empleo es un caballo de batalla difícil de integrar en los procesos que se llevan con los chicos”, asegura Alejandro Bernal, gerente de Puentes para la Ilusión, la empresa de inserción que ha puesto en marcha la frutería. De ahí sacaron idea de crear la empresa, un comercio como cualquiera de los que encontramos en nuestro barrio pero con una diferencia: “aquí no hay ánimo de lucro”, dice María Jesús. En La Merced cada empleado tiene su sueldo y los beneficios los invierten en la creación de más empleo. “El cien por cien de los beneficios van para ellos y para mantener las estructuras de inserción. Es un pequeño comercio que posibilita la contratación de seis personas, cuatro de ellas en riesgo de exclusión social. Eso, en un tiempo de crisis como el que vivimos, es muy importante”, cuenta Bernal.
Seydina Mane es senegalés. Ha sido uno de los afortunados que ha conseguido ese ansiado contrato que le ayudará a renovar sus papeles en el mes de marzo. Salió hace dos meses de un piso tutelado de la fundación donde ha pasado los últimos dos años y hace tres meses se le acabó el trabajo de reponedor en una farmacia con el que consiguió su regularización. Cuando la incertidumbre empezaba a nublar el 2011 le llamaron para decirle que uno de los jóvenes que iba a trabajar en la frutería había encontrado otro trabajo y que él podía sustituirle. “Respondí que sí, claro. Esto me ha dado mucha tranquilidad”. Lleva años recibiendo talleres pero ninguno de sobre esta materia. “La única vez que trabajé con fruta fue recogiendo naranjas en el campo de Tarragona, cuando no tenía papeles”, asegura el joven de 21 años.

Para entrar ha recibido un curso de manipulación de alimentos y está realizando, junto a sus compañeros, otro específico sobre frutas y verduras. Antes de empezar lo que más le preocupaba era el trato con la clientela. “Nunca he trabajado de cara al público. Antes de abrir hacíamos simulaciones para costumbrarnos a las situaciones que podrían darse y, aunque lo hacíamos con gente que conocíamos, yo me ponía muy nervioso. Ya lo tengo casi superado”, dice con media sonrisa.

Sabe que esto no es definitivo porque la frutería es todavía el paso previo a la total inserción en el mercado laboral. Aquí los contratos duran entre seis meses y dos años. “El objetivo de la empresa de inserción es formar a las personas para que en este tránsito salgan mejor preparadas para insertarse en el mercado laboral”, asegura Alejandro Bernal, el gerente. Una vez concluido ese tiempo y aprendido el oficio tienen que dejar el puesto a otra persona.
No se trata sólo de acceder un empleo. Mientras trabajan están matriculados en el centro de educación de personas adultas, reciben cursos de formación y acompañamiento social de un técnico de la fundación y de los servicios sociales de Madrid. Además, cuentan con el apoyo de María Jesús, una profesional con experiencia que supervisa su trabajo y les enseña las habilidades que necesitan en el día a día para este negocio. Ella también ha salido del bache gracias a la frutería. Estubo en paro casi todo el año 2010. “Esto ha sido agua de mayo. Sobre todo por haber tenido la suerte de entrar en un proyecto social donde sabes que la consecuencia de tu trabajo es que otras personas también puedan trabajar“, asegura María Jesús.

Mamadou es el encargado de llevar los repartos a domicilio por las mañanas porque es el único de este turno que tiene carné de conducir. Él también pasó por los pisos tutelados. Estuvo tres años, desde que llegó de Guinea Conakry en 2003 hasta 2006. Siempre ha estado vinculado a la fundación recibiendo cursos que le han ayudado a encontrar trabajos eventuales en los años que lleva en España. Cuando la frutería empezó a funcionar hace dos meses llevaba un año en paro. “Estar un año sin trabajar es muy complicado para cualquier persona, inmigrante o español. Aquí las familias tienen que mantenerse y yo tengo que mantener a mi familia que está allí. Hay que mandar dinero y mantenerte tú en el piso, pagando luz, comida… Ha sido una temporada muy complicada”, asegura Mamadou. Ahora, ilusionado, confía en que este trabajo le ayude a conseguir la estabilidad que lleva buscando desde que llegó hace siete años a España.

 

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