La relativa “estupidez” de hacer un golpe de Estado en África

Considerado, a día de hoy, uno de los golpes de Estado “más estúpidos” de la historia reciente, el actual pronunciamiento militar en Malí ha vuelto a poner de actualidad la excesiva querencia del continente por las asonadas.

 

Pese que el origen del motín era denunciar el deficiente armamento de la tropas para combatir a los rebeldes tuaregs, la actual anarquía política tan solo ha servido para recrudecer los combates en el norte del país.

 

Crimen y castigo en un mismo proceso, eso sí, siempre con la excusa y la retórica de la democracia.

 

El caso maliense no es nuevo. Como denuncia George Klay Kieh, autor de “The Military and Politics in Africa”, solo en el periodo 1952-2000, al menos 85 intentonas golpistas resultaron exitosas en el continente africano.

 

De igual modo, en los últimos cuatro años, se han producido pronunciamientos triunfantes en tres países (“primaveras árabes” al margen): Mauritania (2008), Madagascar (2009) y Níger (2010).

 

Según un reciente estudio de la Royal African Society, tres elementos resultan indispensables para entender esta tendencia. Primero, las frecuentes implicaciones políticas del Ejército, que desde el colonialismo se ha convertido en un agente de cambio gubernamental. Segundo, la gran desconexión existente entre lo que el Gobiernos central representa y las aflicciones cotidianas de su población. Como resultado, la gente no suele invertir en la supervivencia de sus líderes. Y por último, la total dependencia de las fuerzas policiales hacia la figura estatal. Es por ello, que la Policía no duda en disparar a manifestantes desarmados con fuego real para cerrar cualquier tipo de disidencia.

 

Sin embargo, en palabras de los analistas, algo parece estar cambiando en este tipo de pronunciamientos armados.

 

Para el profesor David Seddon, a pesar de que resulta indudable que los golpes militares se han incrementado en número y frecuencia en los últimos años, también es necesario analizar tanto la naturaleza de los gobiernos que han derrocado, como sus propias características.

 

“Muchos de los llamados líderes democráticos han llegado al poder mediante deficientes procesos electorales o se han vuelto cada vez más autoritarios y represivo (las llamadas falsas democracias)”.

 

Por tanto, como reconoce el académico, a menudo, los golpes de Estado han sido llevado a cabo por representantes comprometidos en “limpiar la clásica política de élite” y restaurar la “adecuada” democracia en un plazo determinado.

 

La teoría es apoyada por el africanista Alex Thurston, quien asegura que los pronunciamientos actuales son más propensos a terminar, por lo menos, en procesos electorales semi-democráticos. Thurston destaca el ejemplo de Níger, donde las fuerzas militares intervinieron en 2010 para “reiniciar” la democracia civil, luego el presidente Mamadou Tandja manipulara la constitución para mantenerse en el poder.

 

Un caso, totalmente diferente al de “dinosaurios golpistas” como Teodoro Obiang en Guinea Ecuatorial (desde 1979), Blaise Compaoré en Burkina Faso (1987) o el sudanés Omar al Bashir (1989); en el poder décadas después de iniciar su “presunta revolución”.

Reforma económica, no política

Pero si en algo coinciden estos autores es que, para frenar la persistencia de los golpes de Estado, así como las distorsiones provocadas por el simple temor a nuevos pronunciamientos, es necesario realizar una profunda reforma económica (más que política) en estos países.

 

Los cifras no engañan. Según datos del Fondo Monetario Internacional, la actual renta per capita de Mauritania, Madagascar, Níger y Malí (recuerde, últimos países golpistas) apenas oscila entre los 750 y los 2.200 dólares anuales.

 

Y así, que a nadie le extrañen las revoluciones.

 

Vía | ABC

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *