En Namibia sí sabemos dónde está Madrid

El País, 27 de Mayo- Es su primer viaje a Europa, un continente "pequeñito", dice, en comparación con la inmensidad de África, y le sorprende que en Madrid todos le pregunten dónde está Namibia. "Sí, es un país de dos millones de habitantes y unos pocos rascacielos en Windhoek [la capital], vale… Pero allí sí sabemos dónde están Madrid o Londres", bromea Justina Ndaambelela Shilongo, de 27 años, activista contra el sida.

Justina, hechuras de modelo, ha venido a Madrid de la mano de RedActivas para denunciar, entre otras realidades amargas -el difícil acceso a antirretrovirales, por ejemplo-, la esterilización forzosa de decenas de namibias portadoras del VIH, a quienes el personal sanitario ha ligado las trompas al dar a luz al primer hijo para evitar nuevos contagios fetales. "Son mujeres muy jóvenes; en África es impensable tener solo un hijo, es un tabú, igual que no tenerlos", explica mientras inspecciona los variados brotes de la ensalada, que constituye toda su comida, con dos tazas de café.

"Hemos detectado unos 45 casos, y llevado varios a los tribunales. Si a las mujeres les han anudado las trompas, aún es reversible, pero si se las han cortado, pedimos una indemnización", dice, ensartando un trozo de calabaza en el tenedor como un trofeo.

Justina pertenece a la Comunidad Internacional de Mujeres con VIH y Sida, que desarrolla un proyecto, financiado por la fundación estadounidense Ford, para capacitación de jóvenes afectados en Namibia. No satisfecha, lidera otro grupo, Red Joven Conexión Namibia. Sana, lista y fuerte, Justina ha comprometido su vida con el sida -que afecta a alrededor del 25% de sus compatriotas- de la manera más cotidiana. "Me tocó cuidar a mi prima, en la aldea. Se contagió y, cuando fue al hospital, ya era demasiado tarde, estaba avanzada la enfermedad. Estuve a su lado hasta que murió. Yo tenía 17 años. Luego hubo otros casos en la familia y hoy acojo en mi casa a tres huérfanos del sida; la asistencia del Estado es escasísima y la gente no quiere asumir el problema", explica.

De niña, Justina fue a una escuela católica, y no hace distingos entre las tradiciones africanas y la formación religiosa: "Falta educación, el sexo se trata de manera antinatural en la Iglesia, pero en África hay mucha gente envuelta en actividades de riesgo", dice. Con respecto a sus niños, lo tiene claro: "Educarlos tanto en casa como en el colegio".

La educación ha sido un motor en la vida de Justina -originaria de una remota aldea del norte-, a la que una beca ha permitido estudiar ingeniería electrónica en un país "donde solo hay acceso a Internet en unos pocos colegios privados de Windhoek". Por eso, en el futuro quiere abrir una escuela técnica, de capacitación profesional. Con conexión a Internet. Para sus hijos, los acogidos, porque, susurra muy bajito -como si la fueran a oír en su aldea-, no quiere tenerlos biológicos.

A los pocos días del encuentro, un correo electrónico de remitente desconocido parpadea en la bandeja de entrada. Justina ha encontrado un ordenador con conexión y saluda, risueña e ilusionada, desde ese confín de África. Quiere saber si su mensaje ha llegado con claridad a destino.

www.elpais.com/articulo/ultima/Namibia/sabemos/Madrid/elpepuult/20100527elpepiult_2/Tes

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