El país que intenta evitar contrarreloj una hambruna

 En la sala pequeña de un hospital en el polvoriento pueblo de Ouallam, a una hora de la capital de Níger, 10 niños yacen en camas con signos de desnutrición severa.

Los pequeños tienen la piel pegada a las costillas y presentan dificultades para respirar. Sus madres ansiosas se ciernen sobre ellos.

Dauda Mahmoud, de tres años de edad, tiene un tubo en la nariz y una tos seca sacude su cuerpo frágil. Está aquejado de varias enfermedades y se sospecha que una de ellas es la tuberculosis. Hace dos años, su hermano murió "de una fiebre, durante la noche", dice su madre, Halima, de 22 años.

La temporada anual de hambruna está empezando una vez más en el Sahel, esa vasta y árida franja de tierra justo debajo del desierto del Sahara.

Los médicos en Ouallam, una pequeña localidad al norte de la capital de Níger, Niamey, han visto un aumento repentino en las admisiones de pacientes la semana pasada y se están preparando para unos meses extremadamente difíciles antes de la cosecha de octubre.

"Va a ser mala. Por supuesto que estamos preocupados", dice el jefe de enfermería, Mustafá Aishatu.

La vida de Maya

"La vida era maravillosa aquí", dice Maya Halida, de 50 años, mientras extrae agua de una olla de mijo machacado y recuerda su infancia en Kassi-Tondi, una pequeña aldea de adobe y techos de paja en una zona árida de llanuras azotadas por el viento al noreste de Niamey, la capital.

Pero ya la vida no es lo que era.

El marido de Maya murió el año pasado "de un dolor de estómago". Seis de sus 10 hijos han muerto también de "fiebre". El pozo en las afueras de la aldea es demasiado profundo ahora para alcanzar el agua, incluso con una larga cuerda, y la última cosecha produjo granos suficientes para sólo seis días cuando debía haber alimentado a la familia por la mayor parte del año.

"Ahora soy una viuda; algunos familiares lejanos me dieron dinero para comprar este saco de grano. Pero ahora es muy caro".

Es evidente que casi no hay hombres en edad de trabajar en Kassi-Tondi. Todos se han ido a Nigeria o Camerún, o a Niamey, en busca de trabajo. Algunos habían ido a Libia, pero fueron expulsados.
Maya es locuaz y alegre en un país donde la gente acepta las dificultades con estoicismo. Ella añora los viejos tiempos, cuando nadie necesitaba ayuda externa y el gobierno "nos dejaba ser libres". Y reconoce que la supervivencia de su familia este año puede depender del Programa Mundial de Alimentos de la ONU.

Kassi Tondi significa "piedras grandes" y esta mañana Maya y varios cientos de mujeres del distrito han estado muy ocupadas recogiendo rocas y piedras y llevándolas en sus cabezas para apuntalar una serie de zanjas gigantes en el suelo duro.

La idea es que estas zonas capten el agua de las próximas lluvias y sean utilizadas en lugar de que se pierdan en la meseta. "A lo mejor esto funciona", dice Maya en una pausa bajo el sol abrasador.

Al menos en el corto plazo, el plan prevé un beneficio inmediato a los habitantes del pueblo. Las mujeres reciben en efectivo o en grano el equivalente a US$2 al día por su trabajo. "Gracias a Dios. Con esto podemos sobrevivir", dice Maya.

Ya las agencias internacionales de ayuda humanitaria han dado la voz de alarma y expuesto las peores posibilidades en un intento comprensible de atraer donaciones cuando todavía hay una oportunidad de comprar y almacenar alimentos y suministros antes de que la crisis alcance su punto máximo en algún momento entre junio y septiembre.

El Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la ONU dice que cerca de 400.000 niños en Níger podrían padecer un estado de desnutrición como los pequeños pacientes del hospital de Ouallam.
Casi uno de cada 10 podrían perder la vida.

Las causas
La idea de que un niño muera de hambre es devastadora y la solución puede parecer simple, pero aquí, en Níger, las causas son a menudo complejas.

Las personas involucradas en la lucha contra el hambre recitan de un tirón los factores que contribuyen al panorama sombrío:

Una mala cosecha, que ha socavado las ganancias del año pasado.
Los años de sequía, que han dejado a muchas familias endeudadas.

Un fuerte repunte de los precios de los alimentos en el mercado, atribuido a una combinación de la política petrolera en la vecina Nigeria, la especulación de los comerciantes, la pobre integración de los mercados pobres y la falta de infraestructura.

La inseguridad regional, con rebelión en el norte de Malí e insurgencia en el norte de Nigeria, lo cual ha generado imprevistos movimientos de población en una región frágil que no puede hacer frente a esos cambios bruscos.

La falta de educación que se traduce, por ejemplo, en que las madres dan a sus hijos agua sucia para complementar la leche materna. Esto provoca diarrea, una de las causas más rápidas de la desnutrición severa.

La pobreza crónica, lo que significa mala atención de salud básica y niños vulnerables.

Crecimiento de la población.

Matrimonios infantiles, lo cual puede resultar en bebés prematuros o con retraso de crecimiento y en madres frágiles.

El cambio climático y la desertificación.

El factor político
En el trasfondo de todos estos factores está el problema más importante que puede convertir una situación de miseria en una hambruna o en una catástrofe similar: un mal liderazgo.

El comportamiento de grupo militante somalí Al Shabab transformó la sequía del año pasado en una hambruna en el Cuerno de África y el gobierno represivo de Níger falló en reconocer la magnitud del hambre en el país en 2005 antes de que fuera demasiado tarde.

Hoy la región del Sahel se mantiene paralizada por gobiernos débiles, golpes y otras formas de inestabilidad política.

Denise Brown, PMA
Sin embargo, de repente, después de un golpe de Estado en 2010, Níger emergió como una excepción inesperada en una zona volátil.

El nuevo gobierno democrático detectó rápidamente los primeros signos de que la crisis de alimentos este año sería especialmente grave.

En la actualidad existe "una gran cooperación", según los expertos, entre las autoridades de Níger y una serie de donantes internacionales, agencias de la ONU y organizaciones benéficas.
Por primera vez se han elaborado una estrategia coordinada y un plan de respuesta flexible para la emergencia que se avecina.

"Es un cambio muy positivo", dice el director nacional del PMA, Denise Brown. "Se ha creado una dinámica que podría conducir a cambios a largo plazo en el país. No se trata sólo de la crisis actual sino del camino que podríamos seguir".

Eso no quiere decir que los niños no mueran de hambre este año. Tampoco garantiza que los donantes extranjeros intervengan a tiempo para cubrir un déficit del 80% en el presupuesto del PMA previsto para los próximos meses.

Pero es un comienzo alentador en un país aquejado de pobreza crónica.

 

Vía | BBC Mundo

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