El mayor parque eólico de África… en el aire

La aldea de Salima se encuentra en la ruta principal a Loiyangalani, en la costa este del lago Turkana. Un emplazamiento privilegiado que permite a mujeres y niños mendigar comida y agua a los vehículos que pasan por la carretera. Hay pocas cosas en esta remota y árida área del norte de Kenia, a las puertas del desierto de Chalbi. Es uno de los lugares más pobres de uno de los distritos más paupérrimos del país.

 

Hogar de tribus ganaderas seminómadas, los años de sequía han matado muchos de los animales que tradicionalmente fueron su sustento. Así es que, la mayoría de los hombres ha abandonado sus aldeas en busca de trabajo. Los pocos que quedan tratan de sobrevivir entre las escasas acacias que crecen sobre un suelo de rocas volcánicas, en busca de agua y pastos para las cabras y ovejas que les quedan. Décadas de falta de inversiones y olvido en este área han tenido como resultado la dependencia de muchas mujeres y niños de la ayuda alimentaria que llega a través de las ONG internacionales.

 

No hay carreteras asfaltadas y las ‘rutas de la estación seca’ desaparecen durante la temporada de lluvias. Apenas hay servicios de atención médica o educativos y la falta de agua y pastos han provocado un aumento en la cifra de robos de ganado y de enfrentamientos interétnicos. De hecho, el área es conocida por su inseguridad y la estampa de hombres cargando armas en sus hombros es habitual.


Uno de los lugares más ventosos de la Tierra

Pero hay algo que abunda en este paisaje desolado: el viento. Y este viento que sopla desde el sur del Sahara y desde el altiplano etíope puede cambiar el futuro de la gente… o al menos eso es lo que les han prometido. Cerca de la frontera con Etiopía, es un hecho que éste es uno de los lugares más ventosos de la Tierra, según los expertos.

 

Atraídos por este potencial, un consorcio de inversores holandeses y kenyanos, liderados por el Banco Africano de Desarrollo, ha arrendado 25.000 km. de tierra para construir el mayor parque eólico de África, en un proyecto cuyo coste alcanza los 585 millones de euros. El consorcio Lake Turkana Wind Power (LTWP = Energía Eólica del Lago Turkana) confía en instalar más de 350 turbinas en el desierto que rodea el lago Turkana. Por una parte, se prevé que produzca 300 megavatios anuales de electricidad y que cubra el 30% de las necesidades energéticas de Kenia; por otra, que contribuya al desarrollo de la región y a la reducción de la pobreza en el área.

 

Sobre el papel los argumentos son buenos. Nadie niega la necesidad de que Kenya necesita más energías sostenibles. Más del 80% del país no tiene acceso a la red eléctrica. Y peor aún en las áreas rurales donde apenas el 4% de los hogares están conectados. La gente de la aldea de Salima, la única que cae dentro del alcance del proyecto de LTWP, forma parte de ese 96% sin electricidad. Y eso supone la oscuridad desde que cae el sol y que no hay corriente para servicios que la gente suele dar por supuestos. De media, una familia keniana gasta 20 chelines (0,14 euros) en queroseno cada noche, en total unos 50 euros al año.

 

Según un informe del Banco Mundial, la energía está entre los posibles obstáculos al despegue industrial de Kenya. El país necesita más energía para alimentar y acelerar el actual crecimiento económico. Cerca de dos tercios de la energía en Kenia procede del agua, lo que es bueno hasta que las lluvias dejan de caer. Las sequías prolongadas desde 2009 han secado las cuencas de los ríos dejando inservibles las plantas hidroeléctricas, provocando continuos apagones en el país, que afectan tanto a los centros industriales como a los suburbios, obligando a empresarios e industriales a reducir su producción.

 

Kenia destina una importante cantidad de sus ingresos a importar combustible. De hecho, la factura petrolera se lleva el 55% de sus entradas por exportaciones, según el investigador Jeremiah Kiplagat, de la Universidad Jomo Keniatta de Nairobi. El resultado es que, cuando suben los precios, la población en general y los empresarios, quedan afectados. En definitiva, dado el papel integral que desempeña la electricidad en el desarrollo económico y social de cualquier país, la financiación de la electrificación rural es clave para la reducción de la pobreza.

 

Un informe del Banco Africano de Desarrollo de 2009 parece apoyar el proyecto que, por otra parte, llega cargado de promesas: nuevas carreteras, oportunidades de empleo, instalación de subestaciones energéticas en la región, mejora de la calidad del agua y la creación de instalaciones sanitarias y educativas. Mark Ekale, representante municipal electo de Loiyangalani, dice que la comunidad no ha recibido toda la información sobre el proyecto y cómo éste les afectará.

 

Ekale dice que, aparte de haber incumplido las promesas hechas en 2009, "el Proyecto Eólico del Lago Turkana sólo se ha negociado a nivel de las élites en Nairobi, y se han olvidado de la gente que vive en el lugar y cuyas vidas quedarán directamente afectadas por esta iniciativa."

 

Parte del problema es que el proyecto se ha detenido en varias ocasiones. Se esperaba que ya estuviera generando energía el pasado mes de junio y que alcanzaría su plena capacidad en 2012. Sin embargo, los retrasos a la hora de confirmar el modelo de financiación – el gobierno de Kenia no puede garantizar el desarrollo del proyecto – ha hecho que las turbinas no se puedan instalar hasta el próximo año, que los primeros vatios no salgan hasta 2013 y que el proyecto no funcione a pleno rendimiento hasta 2014.

 

Por otro lado, Kiama Kaara, de la organización Kenya Debt Relief Network, es escéptico: "En su presentación, los proyectos privados de desarrollo vienen envueltos con palabras que los hacen ver más eficientes que los gubernamentales. Básicamente, este es un buen recurso de cara al mercado, especialmente cuando el enfoque neoliberal se impone cada vez más en el mercado. Pero – dice Kaara – no hay detalles que permitan vislumbrar cómo estas promesas se cumplirán." E insiste: "Si eliminas la palabrería, aparecen las grandes preguntas. ¿Qué pasa con la zona? ¿Cómo se beneficiará del proyecto? ¿Cómo se conectarán las aldeas a la red energética? ¿Cómo se aplicará el componente de desarrollo?"

Promesas de desarrollo incumplidas

Si bien no se han dado los detalles, el director del proyecto eólico del lago Turkana, Chris Staubo, asegura que se pondrá en marcha un plan de responsabilidad social corporativa que cubrirá un porcentaje del proyecto y sin ningún coste para la comunidad local. Según él, "se mejorarán 204 km de carreteras hasta el lugar que, como bien se sabe, es bastante inaccesible. Conectaremos con la línea eléctrica a Loiyangalani, Sur Horr, Kulal, Gatab y Kargi. Pero la conexión definitiva a los hogares la hará la KPLC [Kenya Power and Lighting Company, de la que el gobierno de Kenia es la principal accionista, junto con la empresa energética KenGen] en el marco del programa de electricidad rural, ya que nosotros sólo podemos generarla pero no distribuirla."

 

Cuando se anunció el proyecto en 2009, una de las propuestas principales era la generación de nuevos puestos de trabajo. Pero la gente ahora se pregunta de qué tipos de trabajo hablan, si serán duraderos o si se ofrecerá a la población formación para que ésta pueda salir de la pobreza. Hasta hace dos años, sólo 25 personas tenían un empleo permanente. Staubo dice que, "en total, se contratará a 2.500 personas en la construcción del parque eólico, pero, aunque no todas sean de la comunidad, los locales tendrán prioridad."

 

El activista medioambiental Peter Njeru, de la ONG Food for the Hungry, teme que el impacto negativo del proyecto en las comunidades indígenas sea peor que los beneficios: "En primer lugar, las comunidades locales podrían no beneficiarse de la energía generada; en segundo, la escala del proyecto significa una reducción de las tierras de pastoreo; tercero, la concentración de personas en un área degradará del entorno; y, finalmente, la contaminación acústica de las turbinas afectará a los residentes."

 

Staubo reconoce que la construcción del parque eólico tiene riesgos para los inversores. Aparte de las propias turbinas, hay que preparar las carreteras que permitan su traslado. Además, el proyecto requiere la construcción de una línea de transmisión de doble circuito de 427 km. entre Loiyangalani y el punto de enlace más cercano con la red, en Suswa, a unos 100 km. de Nairobi.

 

Vía | El Mundo

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