El control demográfico, ¿una herramienta de los ricos?

Mientras la población mundial alcanza los 7.000 millones de personas, Mike Gallagher de la BBC se pregunta si los esfuerzos para controlar la población han sido, como algunos críticos afirman, una forma autoritaria de control sobre los ciudadanos más pobres del mundo.

 

La temperatura ronda los 30ºC. La humedad es sofocante, el ruido insoportable. Visten saris coloridos, pero se ven cansadas y andrajosas. No sorprende, han estado todo el día trabajando.

 

Vivek Balid piensa que sabe como ayudarlas. Dirige la Misión para el Control Demográfico, un proyecto en el este de India que busca bajar las tasas de natalidad incentivando a las mujeres a ser esterilizadas después de tener a su segundo hijo.

 

Mientras la población alcanza los 7.000 millones de personas, gente como Vivek dice que los esfuerzos para reducir la población mundial deben continuar para que la vida en la tierra sea sostenible, y para evitar la pobreza y las hambrunas.

 

Nadie duda de sus buenas intenciones. Vivek, por ejemplo, ha gastado su propio dinero en el proyecto, y está entusiasmado en crear un mejor futuro para la India.

 

Sin embargo, existen opiniones críticas hacia gente como Vivek, un rico y exitoso hombre de negocios. Alegan que viven una vida muy diferente a la de la gente a la que intenta ayudar.

 

Estas opiniones argumentan que la gente rica ha impuesto el control del crecimiento demográfico sobre los pobres durante décadas. Y, dicen, esos intentos coercitivos para controlar la población mundial a menudo fueron contraproducentes y dañinos.

Alarma demográfica

Muchos historiadores del control demográfico señalan al Reverendo Thomas Malthus, nacido en el siglo XVIII, como el pionero en esta cuestión. Él creía que los seres humanos siempre se reproducirían más rápido de lo que la Tierra es capaz de alimentarlos.

 

Desde los años ’60, el Banco Mundial, la ONU, y fundaciones filantrópicas estadounidenses, como la Ford o la Rockefeller, empezaron a enfocarse en lo que consideraban el problema de las cifras crecientes del Tercer Mundo.

 

Consideraban que la sobrepoblación era la principal causa de degradación ambiental, el bajo desarrollo económico y la inestabilidad política.

 

La población masiva en el Tercer Mundo se veía como una amenaza al capitalismo occidental y al acceso a los recursos, dice la profesora Betsy Hartman del Hampshire College, en Massachusetts, Estados Unidos.

 

«La vista del sur está muy dentro de este marco malthusiano. Se ha convertido en una ideología poderosa», dice.

 

En 1966, el presidente Lyndon Johnson advirtió que Estados Unidos podría verse desbordado por masas desesperadas e hizo que la ayuda a países en desarrollo dependiera de que adaptaran programas de planificación familiar.

 

Otros países ricos como Japón, Suecia y el Reino Unido también empezaron a dedicar grandes sumas de dinero a reducir las tasas de nacimiento del Tercer Mundo.


«Necesidad no satisfecha»

Lo que virtualmente todos estuvieron de acuerdo fue que hubo una demanda masiva para controlar la natalidad en los países más pobres del mundo y que en caso de que estos dispusieran en métodos anticonceptivos confiables, el crecimiento desmedido de la población se detendría.

 

«Existió una necesidad no satisfecha de servicios anticonceptivos, por supuesto. Pero también hubo una necesidad no satisfecha de servicios sanitarios y todo tipo de servicios que no recibieron atención. El foco estuvo en la anticoncepción», explica Mohan Rao, doctor y experto en salud pública en la Universidad de Jawaharal Nehru de Delhi.

 

Si los expertos demográficos hubiesen hecho un trabajo de base en lugar de imponer soluciones desde arriba, sugiere Adrienne Germain, ex miembro de la Fundación Ford y luego de la International Women’s Health Coalition, hubiesen logrado una mejor imagen de los dilemas que enfrentan las mujeres en comunidades pobres y rurales.

 

En 1968, el biólogo americano Paul Ehrlich causó alboroto con su best-seller, The Population Bomb (La explosión demográfica), en el que sugería que ya era demasiado tarde para salvar a algunos países de los terribles efectos de la sobrepoblación, lo cual resultaría en un desastre ecológico y en la muerte de cientos de millones de personas en los años ’70.

 

Expertos occidentales y élites locales en el desarrollo rápidamente impusieron objetivos para reducir el tamaño de las familias, y utilizaron analogías militares para sostener la urgencia, dice Mathew Connelly, un historiador del control demográfico de la Universidad de Columbia en Nueva York.

 

«Ellos hablaron de una guerra contra el aumento de la población, combatida con armas anticonceptivas», señala. «La guerra conlleva sacrificios, y daños colaterales».

Medidas de emergencia

Los críticos del control demográfico tuvieron la palabra en la primera conferencia demográfica de Naciones Unidas en 1974. Karan Singh, ministro de Salud indio, declaró que «el desarrollo es el mejor anticonceptivo».

 

Pero un año después, el gobierno de Singh llevó a cabo uno de los episodios con mayor repercusión en la historia del control demográfico. Unos ocho millones de indios -en su mayoría hombres pobres- fueron esterilizados.

 

Este fenómeno también ha tenido lugar en China. A la política del hijo único se le atribuye haber evitado 400 millones de nacimientos.

 

Solo en 1983, más de 16 millones de mujeres y cuatro millones de hombres fueron esterilizados, y a 14 millones de mujeres se les practicaron abortos.

 

Juzgando sólo por cifras, se lo considera como la iniciativa más exitosa. Sin embargo, continúa siendo cuestionada, no sólo por el sufrimiento humano causado.

 

Dado que la fertilidad en China ya estaba en declive en el momento que se implementó esta política, algunos argumentan que tuvo menos peso en sus resultados de los que sus defensores consideran.

 

Al comienzo de los ’80, las objeciones al control demográfico empezaron a aumentar, especialmente en los Estados Unidos. En Washington, la administración Reagan quitó el apoyo financiero a los programas que incluyeran abortos y esterilización.

 

Para 1994, cuando tuvo lugar en El Cairo una importante conferencia de Naciones Unidas sobre la población y el desarrollo, las mujeres ya estaban organizadas presionar por sus derechos, y tuvieron éxito.

 

La conferencia adoptó un plan de acción de 20 años, llamado el consenso de El Cairo, en el que se llamaba a los países a reconocer que las necesidades comunes de las mujeres debían estar en el corazón las estrategias demográficas, en lugar de los planes de control demográfico.

 

El récord demográfico global de hoy esconde una marcada tendencia de largo plazo hacia más bajas tasas de natalidad mientras cuestiones como el urbanismo, mejores sistemas de salud, educación y acceso a la planificación familiar afectan a las decisiones de las mujeres.

 

Con la excepción del África Subsahariana y algunas de las partes más pobres de la India, estamos teniendo menos niños de los que una vez tuvimos, en algunos casos sin poder reemplazarnos a nosotros mismos en la próxima generación. Y, a pesar que se espera que aumenten aun más las cifras totales, el pico está a la vista.

 

El término control demográfico mismo está pasado de moda, ya se endilga una connotación autoritaria. Después de El Cairo el debate se centra en los derechos de las mujeres y sus derechos reproductivos, lo que significa su derecho a una libre elección acerca de tener o no hijos.

 

De acuerdo a Adrienne Germain, esa es la lección principal que deberíamos aprender de los últimos 50 años.

 

«Tengo la profunda convicción que si se les da a las mujeres las herramientas que necesitan -educación, empleo, anticonceptivos, abortos seguros- entonces tomarán las decisiones correctas que beneficien a la sociedad», considera.

 

A pesar de todo, aún existe la presión sobre las más pobre para someterse a procesos de esterilización, a menudo a cambio de incentivo financieros. En efecto, dicen los más críticos, ese volumen de coerción, dada su extrema pobreza, hace difícil que rechacen el dinero.

Trabajo en marcha

Para Mohan Rao, es un ejemplo es un ejemplo de cómo hasta el consenso de El Cairo no toma en cuenta el mundo en vía de desarrollo.

 

«El Cairo estuvo dirigido mayormente por agendas feministas del Primer Mundo. Se necesitan el derecho a la comida, al empleo, al agua, la justicia y salarios justos. Sin todo eso no se puede tener derechos reproductivos».

 

Quizás, entonces, los ideales humanitarios de El Cairo aun sean un trabajo en marcha, sin finalizar. Mientras tanto, Paul Ehrlich también deja su visión del asunto.

 

Si fuera a escribir su libro pondría el «foco en que hay demasiada gente rica. Es claro como el agua que no podemos mantener a siete mil millones de personas con el estilo de vida de los ricos americanos».

 

Vía | BBC Mundo

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