El amor propio de los refugiados

El Correo, 3 de Diciembre- Fazal Sheikh sintió que no valía con lograr un permiso para entrar en las zonas de conflicto en África y empezar a disparar su cámara sobre las escenas más convulsas. Tenía que detenerse y hablar con las personas, durante semanas si hacía falta. Necesitaba comprenderlas para luego explicar sus vidas a través de sus fotos.
Por eso no hay muertos a machetazos, mujeres violadas o niños en los huesos. En la mayor parte de la exposición que el fotógrafo neoyorquino inauguró ayer en la Sala Rekalde de Bilbao, con 217 obras, aparecen caras de mirada fija, con más o menos angustia, madres con sus hijos en brazos como si fueran madonas, jóvenes y viejos en posturas distendidas. Es la manera de resaltar su dignidad.
Gracias a este enfoque Sheikh se ha convertido en uno de los grandes de la fotografía documental -con un toque etnográfico-, una rama distinta a la del fotoperiodismo pero que también tiene que ver con la realidad. «Estoy fuera de los medios pero quiero que la gente reflexione sobre lo que está pasando», destacó ayer en la presentación de la muestra, comisariada por Carlos Gollomet y patrocinada por la Fundación Mapfre, y en la que también estuvo la diputada de Cultura, Josune Ariztondo.
El recorrido del artista comienza a finales de los años ochenta en Kenia, el país natal de su padre, al que vuelve en 1992, cuando cientos de miles de refugiados de la guerra de Ruanda se apiñaban en chabolas con los techos de paja, lo mismo que en Malawi y Tanzania. Antes de entrar en los campos pidió permiso a los mayores. «¿Por qué nos lo pides?», le respondieron. «Solo somos refugiados».
Cada uno de los retratados está identificado con su nombre. Fue la manera de sacarles del anonimato con que se les suele tratar, de devolverles su amor propio, de indicar que cada uno tiene una historia personal.
En esta época, Sheikh empezó a triunfar como fotógrafo con una obra en blanco y negro muy clásica en cuanto a la composición. «El color es para mí lo inmediato, mientras que el blanco y negro me ofrece la sensación de distancia, de meditación, como si diera un paso atrás para considerar las cualidades formales de la foto».
Diez años después de vivir con los refugiados de Ruanda, se desplazó otra vez al norte de Kenia y se encontró con los desplazados de Somalia. Un médico le dijo que las madres mataban a sus hijos porque los somalíes son «agresivos e insensibles». El fotógrafo se fue a hablar con ellas y supo que sí había algo de verdad en la historia, que los niños morían para ahorrarles un mayor sufrimiento que no les libraría de la muerte. Entonces decidió hacer una serie de retratos con las mujeres y sus hijos en la posición de vírgenes católicas con Jesús entre sus brazos.
Los campos en la frontera entre Afganistán y Pakistán también figuran en su trayectoria, lo mismo que los inmigrantes de la zona de Brasil conocida como el Sertao. Y la ciudad india de Vrindavan, a la que van las viudas hindúes desposeídas de su riqueza por haberse quedado sin marido, y que están obligadas a elegir entre la caridad de la familia o marcharse a ese lugar.

www.elcorreo.com/vizcaya/v/20101203/cultura/amor-propio-refugiados-20101203.html

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