Congo: continuidad o cambio, pero ¿hacia dónde?

La República Democrática del Congo ha celebrado en un clima de normalidad el 28 de noviembre las elecciones presidenciales y legislativas que pueden marcar el futuro a corto y medio plazo en el país. Estas elecciones son las segundas que tienen lugar en el país desde el fin de la Guerra Mundial Africana, en el año 2003, en la que participaron una decena de países de la región y diversos grupos armados locales y extranjeros. No obstante, la situación de guerra y violencia ha persistido en el este del país desde entonces.

La oposición política no ha conseguido unificar una candidatura única para frenar la posible renovación del mandato del actual presidente, Joseph Kabila. Los dos principales líderes opositores del país, el ex presidente de la Asamblea Nacional, Vital Kamerhe, y el eterno opositor, Étienne Tshisekedi, han decidido mantener sus aspiraciones a la presidencia en solitario. Tshisekedi no ha querido garantizar por escrito un pacto electoral que diera el cargo de primer ministro a Kamerhe en una hipotética victoria de la oposición. Además, antes de conocer el resultado de la contienda, Tshisekedi, de forma irresponsable, ya se ha declarado vencedor de los comicios, lo que puede incrementar la tensión el día que se releven los resultados, el próximo 6 de diciembre. Los otros dos candidatos que pueden obtener unos buenos resultados en sus feudos electorales, Mbusa Nyamwisi y Kengo wa Dondo, habían manifestado su apoyo a una candidatura única, así como Jean-Pierre Bemba, el otrora líder de la oposición que estuvo a punto de derrocar en 2006 al candidato a renovar el mandato en estas elecciones, el presidente Joseph Kabila.
Bemba se encuentra encausado en La Haya por crímenes contra la humanidad, lo que le ha privado de competir en las elecciones, y que posiblemente, según diversos analistas, le hubiera llevado a una segura victoria. Kabila, que cuenta con toda la maquinaria del poder estatal y una desmesurada presencia en los medios de comunicación, además de importantes recursos para sustentar la campaña en todo el país, ha visto cómo las promesas electorales que hizo en 2006 y que le llevaron a la victoria se han quedado en eso, promesas. La ciudadanía congolesa ha empezado a poner en duda lo que parecía una segura renovación de su mandato, al haber modificado la ley electoral estableciendo una sola ronda electoral para evitar una segunda vuelta que hubiera llevado automáticamente a la oposición a aglutinarse alrededor del candidato opositor con mayor apoyo en la primera. A pesar de todo, los diferentes programas electorales, tanto de los candidatos a la presidencia como de los candidatos a la Asamblea Nacional, no dejan de ser cartas buenas intenciones, por lo que independientemente del resultado electoral, el futuro del país sigue siendo incierto.
violencia en el este del país, una de las principales promesas de Kabila en 2006, persiste debido a la existencia de diversos grupos armados locales y extranjeros que continúan amenazando la seguridad de la población en el medio rural. La violencia sexual, la expoliación de recursos naturales que financia a los grupos armados, el saqueo y la imposición de tasas a la circulación, con la complicidad de las Fuerzas Armadas congolesas, se han convertido en la principal traba para que Kabila consiga el masivo apoyo que obtuvo en el este del país y que le llevó a la presidencia en el año 2006. La puerta de salida de estos recursos, Ruanda, y el principal comprador, China, no ven con buenos ojos las leyes que EEUU está intentando elaborar para controlar este negocio sangriento. Otras cuestiones no menos importantes como un sistema judicial ineficiente que provoca la pervivencia de numerosos conflictos por la propiedad de la tierra, un Estado débil y corrupto, el difícil acceso a la educación y la sanidad, lastran el pobre legado de Kabila.
Además, la campaña electoral se ha visto marcada por una creciente inestabilidad en diversas partes del país, en algunos casos producto de la instrumentalización de las diferencias étnicas y de agravios locales, que amenaza la celebración transparente de las elecciones. Éste ya es de por sí un importante logro en un país de las dimensiones de la RDC: 32 millones de personas han sido llamadas, incluso a través de mensajes en el móvil, a votar 28 de noviembre en 64.000 colegios electorales en un territorio del tamaño de Europa Occidental, a 11 candidatos a la presidencia y a 18.800 candidatos a la Asamblea Nacional, de los que sólo 500 resultarán elegidos. Esto supone que en algunos colegios, como en la capital, Kinshasa, el voto será más que complicado debido a que los electores, con una tasa de analfabetismo que supera el 30%, deberán buscar entre 56 páginas a uno de 1.586 candidatos pertenecientes a 406 partidos políticos, para 15 escaños en la Asamblea Nacional. Decenas de aviones y helicópteros aportados por los países de la región y la MONUSCO han contribuido a diseminar las toneladas de material electoral por todo el país, con el riesgo de un retraso en el proceso electoral hasta los últimos días.

La UE, la SADC, la UA y el Centro Carter, además de miles de observadores de la sociedad civil congolesa, intentarán supervisar el proceso, que no cuenta con una misión electoral de Naciones Unidas para garantizar la limpieza del resultado.

Human Rights Watch y la Oficina de Derechos Humanos de la MONUSCO, la misión de la ONU en el país, han documentado centenares de violaciones de los derechos humanos durante la campaña, enfrentamientos y brotes de violencia entre partidarios de los diferentes partidos, y se ha constatado el reciente reclutamiento de centenares de menores que engrosan las filas de los grupos armados.
El riesgo de que se desencadene un clima de violencia postelectoral ante el anuncio de los resultados el día 6 de diciembre, similar al que se vivió recientemente en Costa de Marfil, se ha acrecentado en los últimos días, por lo que la presión de la comunidad internacional sobre los candidatos para ejerzan la mayor contención posible es más necesaria que nunca. No obstante, todas estas cuestiones no frenan el optimismo de la sociedad civil congolesa, que exige respuestas a estos múltiples retos que el país enfrenta.

 

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