Barack Obama lamenta la falta de “decoro” en la muerte de Gadafi

Las críticas de Barack Obama a la forma en que se produjo la muerte de Muamar Gadafi son la última prueba de la creciente inquietud de Estados Unidos por la brutalidad manifestada por los rebeldes libios y de la preocupación de que ese país se desvíe del rumbo democrático que se le ha exigido como condición para colaborar en su transición. Varios altos funcionarios estadounidenses han enviado en los últimos días señales en ese sentido.

“No fue algo agradable”, contestó Obama en un programa de la cadena NBC, la noche del martes, a una pregunta sobre la captura y posterior exposición del cadáver del dictador libio. “Yo creo que es necesario cierto decoro en el trato de la muerte, incluso de alguien que ha hecho cosas tan terribles”. El presidente aseguró que la muerte de Gadafi representa “un fuerte mensaje a todos los dictadores del mundo”, pero añadió que “nunca quieres ver a nadie acabar de la forma en que él acabó”. Obama comparó el tratamiento del cadáver de Gadafi con el de Osama Bin Laden, que nunca fue mostrado al público.

EE UU no ha llegado todavía al punto de condenar abiertamente la conducta del Consejo Nacional de Transición en Libia, la nueva autoridad de ese país, pero sí ha movilizado su diplomacia para vigilar la transición libia y ha transmitido en privado a los actuales dirigentes la necesidad de cumplir una serie de exigencias democráticas y de respetar los derechos humanos.

Ese fue el principal objetivo de la visita sorpresa que la secretaria de Estado, Hillary Clinton, hizo la semana pasada a Trípoli, justo un día antes de la captura de Gadafi. Clinton ofreció un primer paquete de ayuda económica para la reconstrucción de Libia, de unos 40 millones de dólares, pero advirtió que solo será puesta en manos de “aquellos que creen en la democracia” y exigió el fin de la violencia y la entrega de las armas de las milicias que han combatido en los últimos meses.
La Administración norteamericana ha condicionado otras formas de colaboración, especialmente la de carácter militar, a la certificación de que Libia avanza por el camino correcto. El secretario de Defensa, Leon Panetta, ha afirmado esta semana durante una gira por Asia que, de momento, no existen planes de ayuda militar y que toda la actividad de EE UU está centrada en la asistencia humanitaria. Panetta dijo que las decisiones de carácter militar serán todavía tomadas por la OTAN.

La caída de Gadafi supone para EE UU y para el propio Obama una gran oportunidad. EE UU puede tomar posiciones en un país petrolero estratégicamente situado tanto de cara a Oriente Próximo como al África subsahariana. En cuanto a Obama, Libia es el modelo que él mismo ha expuesto de su concepción del papel internacional de su Administración: acción militar limitada y responsabilidad compartida. El fracaso de ese modelo, a lo que conduciría la toma del poder de un grupo islámico extremista, supondría también un fracaso personal que el presidente podría pagar en su campaña de reelección.

EE UU tiene, por tanto, un enorme interés en que las cosas salgan bien en Libia y va a hacer todos los esfuerzos necesarios para conseguirlo. El Gobierno es consciente, no obstante, de los grandes obstáculos que hay por delante. Libia es un país de gran tradición islámica donde cualquier futuro parece, de alguna manera, vinculado a su fe religiosa. Eso no es incompatible con una transición democrática, pero sí la hace más difícil que, por ejemplo, en Túnez o Egipto, donde ya existen amplios sectores de la población que respaldan alternativas seculares.

Durante su entrevista el pasado mes de septiembre en la ONU con las nuevas autoridades libias, Obama les advirtió acerca de esa posibilidad. “Mientras los libios encuentran fortaleza en su fe, una religión enraizada en la paz y la tolerancia”, dijo, “es necesario rechazar el extremismo religioso, que no ofrece más que muerte y destrucción”.

Otra de las razones por las que EE UU está muy interesado en la evolución de los acontecimientos en Libia es por el peligro de dispersión de las armas que han llegado abundantemente en los últimos meses para combatir a Gadafi, principalmente desde Qatar. Expertos norteamericanos están trabajando ya sobre el terreno en Libia para tratar de identificar el volumen y calidad de ese armamento, así como de prevenir que pueda caer en manos de seguidores de Al Qaeda, que ha ganado mayor fuerza en África. Gadafi aceptó en 2004 la destrucción de todo su arsenal de armas de destrucción masiva, pero EE UU y la OTAN sospechan que aún puedan quedar reservas de gas mostaza.

internacional.elpais.com/internacional/2011/10/26/actualidad/1319649101_617232.html

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *