Bajo el puente

En Zaragoza un grupo de magrebíes arraigados desde hace años en España donde han vivido y trabajado bajo los criterios de legalidad que nuestro país exige, se han visto abocados a una subsistencia precaria al perder sus puestos de trabajo y con ellos la posibilidad de acceder a una vivienda.

Su lugar de residencia es ahora un puente junto al río Ebro en el popular Parque Bruil de la capital aragonesa, donde han organizado una suerte de campamento con colchones, mantas, tiendas y todo aquello que les permita resguardarse del crudo invierno zaragozano. Sin embargo, el puente no puede resguardarles de las agresiones de grupos xenófobos, robos, asaltos en la noche…, en definitiva de los peligros de la vida en la calle.

Para ninguno de ellos ha sido fácil adaptarse a esta nueva situación ni asimilar que tras años de esfuerzo y de trabajo para conseguir una vida digna en nuestro país, ahora lo han perdido todo y obligados a vivir en la calle ante la ausencia de una red familiar o social en la que apoyarse, han pasado a engrosar las cifras de los excluidos del sistema. A pesar de todo, se enfrentan a sus problemas con dignidad, manteniendo sus hábitos de vida cotidianos como forma de no caer en la desesperación o en un aislamiento social absoluto.
En ocasiones pueden acceder a los servicios que ofrece el Albergue Municipal, situado muy cerca del puente en el que se alojan, en el barrio de la Madalena. Una ducha diaria, tarjeta para 30 comidas cada 3 meses y 6 días de pernoctación cada 3 meses. No obstante su vida cotidiana se desarrolla fundamentalmente bajo el puente. Allí, duermen, cocinan, se asean, guardan sus pertenencias y conviven en grupo. El puente es su casa ahora.

Ante la imposibilidad de encontrar trabajo, el modo de subsistencia de estas personas consiste en la recogida de todo tipo de objetos arrojados a los contenedores, que intentan vender en el mercado “clandestino” que se organiza de manera espontánea la noche del sábado al domingo, en el antiguo parking de la Expo Zaragoza 2008, antes de que de comienzo el tradicional rastro de los domingos. De madrugada o en las primeras horas de la mañana la policía local hace incursiones en el improvisado mercado procediendo al desalojo del mismo, realizando identificaciones a los vendedores ocasionales, incautándoles sus pertenencias y en ocasiones imponiendo sanciones económicas por venta ilegal. El dinero que obtienen de la venta no suele superar los 30 euros, único ingreso económico del que disponen y con el que deben subsistir toda la semana.
En los alrededores del Parque Bruil en el barrio de la Madalena las identificaciones de inmigrantes por parte de la Policía Nacional son constantes. Algunos pueden ser requeridos para mostrar su documentación hasta 2 o 3 veces diarias, lo que provoca en ellos una sensación permanente de hartazgo. Bajo el puente, la visita de la policía y las consiguientes identificaciones son diarias, en ocasiones por la noche, obligando a los chicos a salir de la cama para que exhiban sus documentos. Por ello una de sus mayores preocupaciones es mantener la vigencia de los permisos de residencia y no caer en un situación de irregularidad que complicaría aún más su supervivencia en España.
A pesar de la difícil situación en la que se encuentran intentan permanecer unidos, mantener el contacto con las familias en sus países de origen y realizar las gestiones necesarias para mantener en vigor los permisos de residencia, con la esperanza de que las circunstancias económicas cambien y puedan volver a acceder al mercado laboral y a una vida digna.

 

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